Pasiones, intereses y huelga

Pasiones, intereses y huelga

Una huelga nacional exitosa y cívica, aunque sobre el marco de un formidable dispositivo armado de precaución, incita a la reflexión. Leí en esos días, para evadir la trabajosa lectura de escritos puramente económicos, un pequeño libro de Albert Hirschman, grande entre los grandes de la economía del desarrollo, sobre el tema ALas Pasiones y los Intereses. Argumentos Políticos en favor del Capitalismo antes de su Triunfo@. Hacía más de 20 años que su lectura me impresionó por su carga filosófica y cultural. Pero confieso que no me acordaba prácticamente de su contenido. Resultó el libro ideal, porque una parte no despreciable trata explícitamente la relación entre gobierno, economía y huelga.

Por los siglos XVII y XVIII muchos politólogos, juristas y filósofos se espantaban de la brutal pasión por el ejercicio violento e irreflexivo del poder por parte de los monarcas absolutos: guerras continuas, expropiaciones arbitrarias, cargas impositivas inesperadas, discriminaciones o favoritismos administrativos, quiebras estatales por incumplimiento de amortización de préstamos recibidos y devaluación de la moneda (más exacto de debasación, porcentaje de oro o plata de la moneda metálica). Los tiempos eran más propicios para estudiar el hondón de las pasiones y su clasificación, cada una con su rango de peligrosidad, que para soluciones no psicológicas o morales.

San Agustín y en el fondo, San Juan, prestigiaron la triple taxonomía de concupiscencia del poder, del dinero y de la carne. Las dos primeras ejercían un devastador influjo en la vida social y la última predominaba en el subreino familiar y personal. Las tres son peligrosas. Cada cual busca su propia ventaja, pero rara vez como dicta la sana razón; el apetito es el único guía sin tener en cuenta el futuro, el bien de otros, creencias o razonamientos. Así actúan las pasiones.

Hasta aquí nada nuevo. Nuestros pensadores arribaron prontamente a dos axiomas: la razón nada puede contra la pasión cuando ésta se desata; sólo otra pasión alcanza a frenarla. Siempre se presuponía, porque se estaba viviendo, que el enemigo era la pasión de poder y dominio del gobierno. Montesquieu dio un paso importante: contra la pasión de poder había que levantar la práctica de la división del poder: contra la pasión de poder del Rey introducir la pasión del poder del Parlamento, o del Congreso y la pasión del poder de los Letrados encargados en única instancia de defender la constitucionalidad y la legalidad. Elemento fundamental de la división de poderes no es la necesaria demarcación de ámbitos de competencia; se requiere, además, la voluntad de los poseedores de poder de imponer su dominio en sus respectivas parcelas. Pasión de un poder contra la de otro. Ser juez, ser parlamentario, es ser víctima activa de la pasión de poder.

A medida que el proceso económico fue avanzando se avizoró que la pasión del dinero era freno eficaz del apasionado poder estatal. Vino primero la introducción de la letra de cambio para solventar obligaciones actuales en el futuro, en lugares distintos y mediante terceras personas. Esta notable y bien tardía invención permitía frustrar todo intento del gobierno de expropiar de toda su riqueza a quien desease. Podría expropiar por la fuerza la propiedad inmobiliaria, pero no la mobiliaria de letras de crédito, más tarde de acciones y obligaciones y hoy hasta de depósitos Aexiliables@ con un tic de computadora.

Nuestros pensadores de la ilustración veían que la pasión del dinero era no solamente compatible con el ejercicio de la razón y con la consideración de personas y tiempos, sino imposible si de esa razón se prescindía.

Además, la letra de cambio amplió considerablemente los mercados de los bienes producidos y estimuló la producción de otros. Los pueblos y las ciudades aumentaron de población y el intercambio más intenso de relaciones interpersonales de tipo profesional crearon grupos de intereses afines y exigieron nuevos dirigentes que marcaron el tono de la dirección de los gremios. Millar, uno de los varios notables pensadores escoceses del siglo XVIII (entre ellos figura nada menos que Adam Smith), describe el cambio cultural y social: Alos fuertes dan valor a los débiles, los decididos confirman a los dudosos y el movimiento de la totalidad de las masas avanza con la uniformidad de una máquina y con una fuerza frecuentemente incontenible. Cualquier abuso gubernamental ocasiona un descontento social y une a una buena parte de la población en la demanda de revocación de sus causas. El menor motivo de queja en una ciudad se convierte en ocasión para una protesta y las llamas de la insurrección saltan de una a otra ciudad hasta crearse una revuelta nacional… El clamor de las multitudes del populacho (!) en las grandes ciudades es capaz de penetrar las más recónditas interioridades de la administración, de intimidar a los ministros más audaces y de desplazar a los más fatuos favoritos de sus escondrijos. La voz de los intereses mercantiles jamás pasa desapercibida a los gobernantes y, si es firme y unánime, es capaz hasta de controlar y dirigir la deliberación de los ministerios@.

La pasión del poder gubernamental encuentra, pues, valladares gracias a los efectos de la pasión del dinero, de los intereses.

Obviamente estas manifestaciones de los intereses pueden llegar a la rebelión. Un curioso pensador, el Dr. Andrew Ure, subrayó en su libro AFilosofía de los Industriales@, 1835, el papel clave jugado en esas peligrosas rebeliones por los empresarios comerciales e industriales. Los intereses limitan la pasión de poder de los gobiernos y pueden llegar a tumbarlos.

Sin llegar a esos extremos conviene recordar otra vía de influencia de los intereses sobre el poder gubernamental: su exigencia de una administración estatal fría y racional. A primera vista el poder de los gobernantes aumenta con el de la riqueza de los habitantes de un país, pero en realidad son estos, por definición, la fuente de donde proviene su poder.

El gobernante se mueve entre dos extremos: el de abuso de poder que nace de los vicios y pasiones y el de respecto a las complejibilidades y vulnerabilidad del proceso económico moderno que requieren de manos hábiles y serenas. Complejidad que convertiría decisiones arbitrarias en interferencias inimaginables, es decir exorbitantemente costosas y disruptivas. La economía, los intereses, aman la predictibilidad y la constancia de hechos y de políticas. Las extravagancias, las precipitaciones y la inobservancia de algunos principios generales de comportamiento siembran inseguridad en el país y en el exterior, la inseguridad tiende a paralizar la iniciativa, la falta de iniciativa prohíja estancamiento, mal uso de los recursos y falta de expectativas, sino racionales, por lo menos, funcionales.

A base de medidas y políticas arbitrarias o tenidas por tales el gobierno debilita la economía, pero a costa de perder el gobierno hasta la posibilidad de enriquecerse.

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