Recuerdos

Recuerdos

Dijo Miguel De Unamuno: «Lo bueno, si es corto, bueno dos veces».

En este caso para que fuera dos veces bueno bastaría con decir gracias, porque estoy inmensamente agradecido de todos los que por una u otra razón están aquí. Pero sería un desperdicio no aprovechar el momento para compartir algunas nostalgias, así que voy a correr el riesgo de no parar antes de que deje de ser corto y por lo tanto deje de ser doblemente bueno porque por el hecho de estar ustedes aquí ya es bueno una vez.

MI padre por ser militar, en su juventud vivía de uno para el otro lado hasta que llegó a Santiago donde una tarde cualquier conoció a mi madre quien vivía en Gurabo, donde nacimos mis hermanos y yo, a que mi madre no importaba donde viviera, a la hora de dar a luz lo hacía en la misma casa, en la misma cama y con Crucita, la partera que asistió a su madre cuando ella nació.

;MI papá no solamente se enamoró de mi madre, sino de este pueblo del que en aquellos tiempos todo el que entraba salía enamorado y no se resistía a volver, desde entonces, mi vida a sido un ir y venir.

La Bartolomé Colón, Hermanas Mirabal, Viuda Minaya, Máximo Gómez, Reparto Oquet, Los Jardines, Reparto del Este, los Cerros, La Esmeralda, fueron lugares donde viví. Recuerdo los tiempos cuando vestidas de neblinas las mañanas, nos obligaban a ponernos abrigos para esperar la guagua que nos llevaba al colegio, donde las manzanas y las uvas eran más dulces porque sólo existían en diciembre, recuerdo la noche que el Chilote dio tres homerones y en la que Diloné se robó cuatro bases. Recuerdo cuando los hombres se enamoraban con poemas y serenatas, bastaba una rosa y mejor si el rosal te hizo brotar una gota de sangre, al ser cortada por tu propia mano. No eran necesarias docenas de flores para impresionar, las que sólo el dinero puede comprar.

Recuerdo cuando colgado de una grúa bajaron a Karan el yoga, desde el Monumento, recuerdo la dulce sonrisa de un vecino al saludar, la costumbre de compartir para derribar las verjas de la distancia, recuerdo cuando el más importante no era el que tuviera el muro más alto sino el más compasivo, cuando «El Hobby» era una discoteca en la Estrella Sadhalá y no el afán por acumular para corromper y prostituir creyendo poder comprar hasta el mismo espinazo del universo, recuerdo cuando lo más respetable era educar.

Y nunca podrá olvidar el temido momento, cuando dejamos el cadáver de mamá en el cementerio. De niño sentía que el día que muriera mi madre también moriría yo, la angustia que sentí me llenó de tanto temor, que corrí a donde el hermano Rafael, a su habitación de la segunda planta de La Salle donde se encontraba postrado en una silla de ruedas, para consolarme citando a San Agustín me dijo: «Alégrate de haberla tenido, no te aflijas de haberla perdido». Buen consejo para el que ha perdido un ser querido, pero no para perder la esencia de ser por el árido vicio del tener.

No dejemos que el sobrenombre de esta ciudades deba a su posición geográfica, a que está en el centro de la isla, no olvidemos a los que dieron sus vidas para que en nuestros pechos germinaran sentimientos y valores que aparentemente hemos perdido, para que recordáramos que no todo se puede comprar, que la dignidad es un decoro y la honradez un tesoro, dejemos que en los nuestros latan los corazones de, Ercilia Pepín, Onésimo Jiménez, Manuel Ubaldo Gómez, Rubén Díaz Moreno, Rosa Sméster, Eduardo León Jiménez, Guaroa Estrella, Ramón Emilio Jiménez, Julio Alberto Hernández, Víctor Espaillat, Fermín Arias, Piro Valerio, Federico Izquierdo, Moisés Zouain, Marino Ochoa y tantos que no daría la noche para mencionar, seres que dieron cátedras de talento, moral y de valor, sembremos en nuestros hijos y en los hijos de nuestros hijos la semilla de los valores que nos legaron, dejemos que latan en los nuestros sus corazones para que siga siendo por siempre Santiago, la ciudad corazón.

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