Por el sendero de Bayahibe

Por el sendero de Bayahibe

Por más fascinante y cómodo que sea el turismo de playa,  llega un punto en el que hacer siempre lo mismo puede cansarle.

Es aquí donde entra el ecoturismo, esa propuesta innovadora en la que el contacto con  la naturaleza es el fuerte principal.

Y definitivamente, como reza nuestro nuevo eslogan de promoción turística, “República Dominicana lo tiene todo”. Aquí, además del tradicional turismo de playa, también se ofrece el innovador ecoturismo.

Precisamente Bayahíbe es uno de los rinconcitos dominicanos que conjuga ambas  ofertas, pues  ahora, además de sus hermosas playas, cuenta con el Sendero Padre Nuestro, una ruta  ecológica y arqueológica que permite el contacto con la biodiversidad  de esta zona.

Biodiversidad en su máxima expresión.  Padre Nuestro forma parte del Parque Nacional del Este. Está ubicado en una depresión encajada entre dos farallones calizos denominada Valle de la Sábila.

La flora del Parque Nacional del Este, donde se encuentra el sector de Padre Nuestro, climáticamente pertenece al bosque húmedo tropical. Crece sobre un suelo formado por rocas. La flora del parque está compuesta por 575 especies de plantas vasculares; de éstas se pueden  encontrar creciendo  294 especies  en el área de Padre Nuestro.

La zona de Padre Nuestro presenta un ecosistema que además del bosque tropical húmedo sobre roca caliza incluye conucos abandonados, algunas pequeñas zonas de cultivo, áreas de bosque deforestadas en proceso de recuperación y cavernas con manantiales de agua dulce.

Dentro del Parque Nacional del Este y en Padre Nuestro se ha documentado la siguiente fauna: 17 especies de mamíferos, 48 especies de aves, de las que diez son endémicas, 20 especies de reptiles de las que 19 son endémicas, dos especies de anfibios ambas endémicas, 33 especies de mariposas de las que siete son endémicas y dos especies de arácnidos.

Parte de los manantiales de esta zona tienen, en la caverna que los alberga, un rincón dedicado a los petroglifos, lo cual, para los antiguos habitantes del área, los convertía no solamente en  lugares donde aprovisionarse de agua, sino en auténticos templos cargados de magia y de espiritualidad.

Los petroglifos siempre se encuentran en la parte iluminada de la caverna, evidenciando la relación que estas imágenes de culto tenían con el dios sol. También se relacionan con el agua, pues a Atabey, la Madre de las Aguas, se la suponía moradora en las profundidades de estos manantiales.

Antecedentes

1972.    Se establecieron los primeros pobladores modernos del lugar.

1998 Ya había 183 familias viviendo en condiciones muy precarias.

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