¿Por qué los franceses están bebiendo menos vino?

¿Por qué los franceses están bebiendo menos vino?

Vino francés

BBC Mundo. ¿Será que el descenso aparentemente perpetuo del consumo de la bebida nacional de Francia simboliza un declive correspondiente de la civilización francesa?

Esta pregunta preocupa a demasiada gente: enólogos, comentaristas culturales, promotores del excepcionalismo francés, que observan consternados la desaparición gradual del vino de sus mesas.

En 1980, más de la mitad de los adultos consumían vino diariamente. Hoy, apenas el 17%.

Entre tanto, la proporción de franceses que nunca lo beben se ha duplicado a 38%.

En 1965, el consumo promedio anual per cápita era 160 litros. En 2010 bajó a 57 litros, y probablemente caerá a no más de 30 litros en los años siguientes.

En la cena, el vino es la tercera bebida más popular después del agua, corriente o embotellada, mientras que las gaseosas y jugos de fruta se les están acercando.

Según un estudio reciente del International Journal of Entrepreneurship, los cambios en los hábitos de consumo de bebidas en Francia son claramente visibles a través de las actitudes de generaciones sucesivas.

Para gente añeja. Los sesentones y setentones crecieron con vino en su mesa en todas las comidas. Sigue siendo parte esencial de su patrimonio cultural.

Al medio, los cuarentones y cincuentones ven el vino como una indulgencia más ocasional. Compensan el descenso del consumo gastando más dinero. Prefieren beber menos pero mejor.

Los de la tercera generación -la de internet- ni siquiera muestran interés hasta bien entrados en su tercera década de vida. Para ellos, el vino es un producto como cualquier otro y hay que convencerlos de que vale la pena comprarlo.

«Ha habido una erosión progresiva de la identidad del vino y de sus representaciones sagradas e imaginarias», señalan los autores del informe, Thierry Lorey y Pascal Poutet.

«Durante tres generaciones, esto ha llevado a los cambios en los hábitos de consumo franceses y el declive en el volumen de vino que se bebe».

Tal caída se refleja en otros países como Italia y España, también productores históricos de vino. Y no ha hecho mella en las perspectivas de las exportaciones de vino francés.

Un buen acompañamiento. Pero lo que preocupa son sus efectos en la civilización francesa.

Temen que los valores franceses de larga data -convivencia, tradición y apreciación de las cosas buenas de la vida- estén de salida. En su lugar hay un nuevo orden utilitario, «moralista higiénico», cínicamente difundido por una alianza de la política, los medios y los negocios globales.

«El vino no es un trofeo con el que celebramos las grandes ocasiones o alardeamos de nuestra posición social. Es una bebida de mesa para acompañar los alimentos y complementar lo que está en el plato», afirma el escritor Perico Legasse.

Para Legasse, parte del problema es un cambio en el enfoque nacional hacia la gastronomía como un todo.

«Durante muchos años, la gente ha abandonando continuamente la comida como reunión cordial alrededor de una mesa, por la versión individualizada y acelerada que vemos hoy.

«La comida tradicional en familia se está extinguiendo. En cambio, tenemos una forma puramente técnica de alimentación, cuyo propósito es asegurarse que nos recarguemos tan efectiva y rápidamente como sea posible».

En Francia, beber es ciertamente parte de un estilo de vida, pero es erróneo suponer que los franceses siempre han bebido tanto como hace 50 años.

En la Edad Media se tomaba vino, pero era un brebaje flojo y popular sólo porque era más seguro que el agua.

Sin distinción de clase. Los soldados franceses en la Primera Guerra Mundial bebían vino por sus cualidades fortificantes.

La Revolución de 1789 disipó la imagen aristocrática que había adquirido el vino, y los cambios económicos del Siglo XIX lo ayudaron a penetrar en la sociedad.

Denis Saverot, editor de la revista La Revue des Vins de France, afirma que el ascenso del vino fue paralelo al de la clase trabajadora. Pero fue la guerra entre 1914 y 1918 la que realmente aseguró su posición en los corazones de los franceses.

«Básicamente los soldados se emborrachaban con pinard, un vino fuerte de baja calidad suministrado a granel. Hasta entonces, los normandos, los bretones, la gente de Picardía y el norte nunca lo habían probado, pero aprendieron en las trincheras.

«Después de eso, en Francia se generalizó el consumo de vino barato y para la década de 1950 había cafés y bares en todas partes. Las aldeas más pequeñas tenían cinco o seis. Pero el descenso comenzó en la década de 1960».

Todos concuerdan en los factores principales. Menos gente trabaja a la intemperie, así que hay menos demanda de las cualidades fortificantes del vino. En las oficinas la gente debe estar despierta, así que nada de beber en el almuerzo.

Luego apareció el automóvil («el peor enemigo del vino» según Saverot), el cambio demográfico con la gran minoría musulmana, y la creciente popularidad de la cerveza y los cocteles.

Cuestión de salud. Una droga hipnótica y sedante… Los efectos acumulados del consumo excesivo de alcohol, especialmente cuando está asociado a una dieta deficiente, se sienten en todo el cuerpo. Los dos principales recipientes del daño son el hígado y el sistema nervioso. El alcoholismo también está implicado en la diabetes, la inflamación del páncreas, el sangrado interno, el debilitamiento del corazón, la hipertensión y la apoplejía. Pero Saverot tiene otro blanco en la mira.

«Es nuestra élite burguesa y tecnocrática con sus campañas contra el alcoholismo y manejar ebrio, agrupando al vino con cualquier tipo de alcohol, aunque se debería considerar como totalmente diferente», acota.

«Recientemente escuché a un alto funcionario francés de salud decir que el vino da cáncer ‘desde la primera copa’. Quedé estupefacto. Aliadas de la corrección política, nuestras élites prefieren mantener al país con antidepresivos químicos y alejarnos del vino.

«Mire las cifras: en la década de 1960, bebíamos 160 litros anuales cada uno y no tomábamos pastillas. Hoy consumimos 80 millones de paquetes de antidepresivos, y la venta de vino está por el piso. El vino es el antidepresivo más sutil, civilizado y noble. Pero en nuestras aldeas ya no hay bar, lo han remplazado por una farmacia», concluye.

Veterano observador del modo de vida de su país, el escritor francés basado en Oxford, Theodore Zeldin, está de acuerdo en que una cultura de negocios se ha afincado en Francia: la pesadilla de quienes prefieren tomarse el tiempo para saborear las cosas.

«La camaradería ha sido sustituida por la creación de redes. Todos están ocupados y nos estamos pareciendo a todos los demás», lamenta.

Los políticos de EE.UU. asisten a cenas para salir en la foto, los franceses por el vino.

Pero Zeldin no pierde la esperanza.

«El viejo arte de vivir francés sigue allí, es un ideal, un poco como el del caballero inglés. No se encuentra uno con frecuencia, pero el ideal existe e informa a la sociedad como un todo», afirma.

«Es igual con nuestro arte de vivir. Claro que los tiempos han cambiado, pero sobrevive. Es esa sensación en Francia de que en las relaciones humanas necesitamos hacer más que negocios. Tenemos el deber de entretener, de conversar. Y gracias a nuestro sistema de educación aún tenemos esa habilidad para conversar de un modo general y universal, tomándonos nuestro tiempo, que se ha perdido en otros lugares».

«Y el vino es parte de eso, porque uno se toma su tiempo. Después de todo, es una de las grandezas del vino: no se puede beber de un solo trago».

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