Como si en ningún momento pudiera apartar de su mente a quienes nada tienen (esos pobres que son de la misma condición humana de los ricos) el Pontífice Bergoglio da desde un principio a su reinado el sello novedoso de la humildad, desechando innecesarios símbolos materiales de superioridad.
Prefiere ser superior por el amor y comprensión al prójimo e invita a su clero a ir a la perferia. Salir de los palacios para ir al encuentro con el pueblo desvalido. A los dominicanos debería impresionarnos y aleccionarnos mucho este estilo papal. Somos una sociedad de desigualad extrema, con posesiones excesivas en minorías y con segmentos de enriquecimiento rápido, mientras ciudades y campos muestran gente numerosa mal alimentada, sin empleos y sin acceso al progreso.
Aquí existe la ostentación en demasía. La agresión que al desheredado propinan los privilegiados con sus bienes caros y parafernalias. Existe la aguda diferencia entre los bajos sueldos de servidores que son importantes para la sociedad y los de funcionarios que logran su importancia gracias a la política y que luego se sirven del poder para asignarse remuneraciones que superan las que en el mundo desarrollado reciben sus homólogos. Se da, ciertamente, la excepción del Presidente actual que traza un camino de austeridad por el cual debe continuar, aplicando con más profundidad aún sus propósitos de cambio.
Tiránico pasado que avergüenza
Elogiar públicamente, y con propósitos propagandísticos, a la tiranía de Trujillo está específicamente prohibido como advierte el procurador Francisco Domínguez Brito. Y lo está porque el ensalzamiento de una monstruosa satrapía que durante 30 años llenó de luto a la sociedad con crímenes y ausencia total de libertad, supone una honda ofensa a la memoria histórica.
Trujillo no fue un simple dictador sino una de las peores manifestaciones de egolatría y poder. Envilecía a la sociedad aplicando sobre ella un dominio físico y sicológico, generando un culto a su persona y a su familia que llenó con sus nombres la geografía nacional. Ciudades, provincias, aeropuertos, plazas y hasta el pico más alto que ahora honra a Duarte los mencionaban. ¿Se puede, dignamente, pretender hallar en el superado terror trujillista algo que merezca elogiarse y emularse? La libertad tiene límites que sirven para protegerla.