CIELO NARANJA
¿Alguien ha visto un
entierro de chino?

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MIGUEL MENA
Le pregunté a Douglas Hasbún  por qué sus padres no le enseñaron el árabe y me contestó: «ellos decían que no tenía sentido porque nunca volveríamos al Líbano».

Pensé en Jacques Viau Renaud, haitiano de nacimiento, dominicano por adopción, quien antes de los 23 años ya nos había legado su ejemplo revolucionario y un libro de poemas que algún día deberíamos leer como una de nuestras grandes obras literarias, «Permanencia del llanto», ahora que recordamos la negritud y al recién difunto Aimée Cesaire.

También vino a la mente Eugenio María de Hostos, puertorriqueño de nacimiento, humanista, dominicano por convicción, quien desde sus alturas en San Carlos clamaba por una nueva civilidad y muchas veces clamaba en el desierto.

Volví a las páginas de Horacio Blanco Fombona, venezolano, quien nos dejó una de las revistas más completas y actualizadas y críticas de su tiempo, «Bahoruco», recordando de su paso a su hermano, Rufino, consecuente denunciador de la ocupación norteamericana que sufrimos durante ocho años.

Llamé a Norberto James Rawlings y recordamos  «Los inmigrantes», que ya tiene sus cuarenta años de cumplido con el peso de mucho dolor y esfuerzo y también vitalidad. De repente aparecieron todos los cocolos que sin dejar su inglés y sus otras banderitas insulares son tan dominicanos como el Pico Duarte: Nadal Walcott tras las rieles de todos los trenes de Consuelo, Ricardo Carty y Jorge Bell sacando la bola, el Primo y sus guloyas y Simón Alberto Pemberton haciéndonos doblar por la curvita de la Paraguay.

Hablé también con Carlos Dore  para preguntar sobre su papá, el manager del Licey Charles Dore, uno de los pocos cocolos capitaleños, de quien encontré varias fotos de los años cuarenta, saliendo a relucir cómo Mister Dore dirigía al equipo azul desde una mecedora.

Estuve en Calcuta, y entre las muchas cosas de las que hablé respecto al Caribe como sociedad multicultural, mencioné el espacio dominicano como uno de acumulación y de tránsito, señalando la presencia de los Comarazamy en San Pedro.

En alguna Feria del Libro me topé con Pablo Jorge Mustoneen y lógicamente que salió a relucir Sibelius y Finlandia, la patria de una rama de sus antepasados.

Algunas veces converso telefónicamente con Jean-Michel Caroit, y no hablamos de la Normandía sino de la importancia del mangú y del aceite verde, y de si Clara y Miki y Wilfredo pasarán este sábado.

Fui a la Benito y ya lo sabrán, sí, que bueno que lo sepan, sí, que los chinos ya tienen su barrio, y claro, nadie ha visto un entierro chino porque ellos no se mueren, como tampoco lo hacen los haitianos, árabes, franceses, ingleses, hindúes, italianos, ah!! y españoles que también somos.

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