CLAUDIO ACOSTA
c.acosta@hoy.com.do
Suena a gastado lugar común, a cosa requete sabida, pero es una verdad tan grande, de tanta trascendencia para nuestro futuro como nación, que hay que volver a repetirlo, aunque luego –como siempre– volvamos a olvidarlo: vivimos completamente de espaldas a Haití.
Tanto así que a estas alturas de una forzosa convivencia que ya casi dura dos siglos hemos sido incapaces de formalizar una relación comercial bilateral con reglas claras y equitativas, mutuamente beneficiosa, que contribuya al progreso y el desarrollo de ambos pueblos, como quedó evidenciado con la aparición en el país de la influenza aviar y la decisión de las autoridades haitianas de prohibir la importación de huevos y pollos procedentes de República Dominicana, a pesar de que los haitianos constituyen nuestro mercado natural desde que empezamos a utilizar, con orgullo, nuestro propio gentilicio. Al igual que los falsos cristianos que solo recuerdan a Santa Bárbara cuando escuchan los truenos anunciando la inminencia de la tormenta, solo caemos en la cuenta de la existencia de nuestros vecinos cuando de aquel lado la situación social se descompone de tal modo que nos recuerda la amenaza que históricamente ha sido para la integridad nacional, o cuando por obra de algún organismo internacional, de esos que justifican su existencia así como los jugosos sueldos que devengan sus privilegiados funcionarios estrujándonos en la cara la inhumanidad de nuestro comportamiento racista en perjuicio de los hermanos haitianos, nos pone en las cuatro esquinas del mundo.
Todo esto a propósito de que el río ha vuelto a sonar, con estruendo inquietante, de aquel lado del Masacre, a causa de la escasez de alimentos, y vuelven a escucharse las confiadas voces dando garantías de que todo está bajo control en una frontera que a veces parece no existir. ¿Realmente estamos en capacidad de contener una avalancha de hambrientos haitianos huyendo de la muerte y la desesperación, como teme el Cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez? No es por meter miedo, pero como aquí hemos vivido tan quitados de bulla frente al problema que representa Haití, al que le hemos permitido invadirnos y ocuparnos de manera pacífica y silenciosa, existen razones válidas para creer que el aciago día en que algo así ocurra nos cogerán asando batatas.