Verdades a medias y mentiras por la mitad
En este mundo traidor
cualquier hecho puede ser presentado al revés y, contrario a lo que se supondría, no hay que ser ningún genio para cambiar de sitio las premisas y sus colores con tal de que las conclusiones coincidan con el parecer de algún disertador de fuste.
Lo cómico de la justicia de los hombres está en que la verdad debe ser establecida indefectiblemente en juicio oral, público y contradictorio. Es decir: a veces la sociedad delega la toma de decisiones sobre su destino en procesos donde el sofisma tiene todas las posibilidades de derrotar causas. En la rapidez de las audiencias y escenas que se le parezcan, el efectismo de las palabrejas y la acomodación de los conceptos permitirían al ducho abogado demostrar que hasta estuvo bien perdonar a Barrabás y que lo más pragmático para la salud de la provincia romana era que la cruel romería siguiera hacia el gólgota. Ante el tribunal de la historia, un conversador de verbo fácil y un poco de cultura podría tratar de convencernos de que lo mejor que hizo Pilatos en toda su vida fue lavarse las manos, aunque ningún pasaje de Escrituras indique que lo hiciera porque su paso siguiente era sentarse a la mesa para comer.
Que no nos espante la tesis de que con Judas lo que hubo fue un acumulo con magnificación de 30 monedas que hoy, ajustadas a la inflación, apenas servirían para el pago parcial de la renta.
Cualquier antepasado al que hayamos atribuido culpas de cierta envergadura, podría de todos modos esperar su aureola. Como en otras ocasiones, bastará que a cualquier hábil expositor contemporáneo se le ocurra convertirlo en santo de su devoción.