QUÉ SE DICE

QUÉ SE DICE

CLAUDIO ACOSTA
c.acosta@hoy.com.do
Arrogancia presidencial.- A lo mejor el presidente Fernández,  como ha ocurrido con otras declaraciones suyas que han generado gran controversia, termina diciendo que no fue así como dijo las cosas y que  fue mal interpretado o sacado de contexto, pero lo cierto es que así fue como lo  entendió todo el mundo y así fue como se publicó.

Por eso no ha tardado en producirse la reacción de los  candidatos presidenciales de oposición, comprensiblemente molestos con el arrogante Presidente que los ha descalificado, por carecer de capacidad de conceptualización, para sentarse a debatir de tú a tú con el mandatario los problemas del país y la forma en que piensan resolverlos en caso de resultar electos. Es la misma excusa, solo que con otras palabras y argumentos más hirientes y ofensivos,  tras la cual  Fernández ha venido parapetándose desde que se le planteó la posibilidad de participar en un debate abierto,  cara a cara, con los demás candidatos, tal y como se estila en la democracia que nos gusta tanto imitar y que el mandatario tan bien conoce, excusa que hay que calificar, tanto entonces como ahora, de frívola y de democráticamente inaceptable, pues podría crearnos muchos problemas ¿O  habrá que irse acostumbrando, con todas sus consecuencias, a un Presidente que se cree por encima del resto de sus mortales conciudadanos, tanto de los que le eligieron con sus votos como de los que aspiran a disputarle el favor de los electores? ¿En qué clase de democracia (¿o habría que decir dictadura?) vamos a convertirnos si, como parece, la principal figura política del país de repente decide que no tiene interlocutores  válidos y que su reino no es de este mundo? Si las cosas siguen como van, no tardaremos en averiguarlo. Mientras tanto, hay que hacer constar que el presidente Fernández sigue negándose a participar en un debate con los demás candidatos, como se le ha estado reclamando, de manera insistente, desde distintos ámbitos de la vida nacional, y que ahora lo hace en nombre de la peor de las excusas, pero también de la más arrogante: su pretendida superioridad intelectual sobre el resto de la clase política  dominicana.

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