Embriaguémonos para que los premios abunden

Embriaguémonos para que los premios abunden

POR GÜIDO RIGGIO POU
Cuando leí las protestas del cura párroco de Santo Cura de Ars el P. Abraham Apolinario en donde señalaba las incoherencias imperdonables que se ocultaban tras un premio nacional “surrealista”, que otorga anualmente una casa comercial licorera (la que convierte el agua en ron, no en vino) a instituciones de servicio Católicas, me quedé verdaderamente sorprendido.

Sorprendido ,porque en ese premio siempre he visto un milagro. El milagro que sólo puede lograr la mano de Dios y el sacrificio de muchos religiosos que han conseguido por fin (y después de milenios de predicas, de inquisición y de sangre) que el vicio reconozca las bondades de la virtud. Desde su inicio he visto con agrado en este premio el triunfo de la virtud sobre el pecado, el triunfo de la humanidad sobre lo humano.

Esto ,sin establecer semejanza alguna con el sugerente hedonístico Primer Milagro, la conversión de las Bodas de Canaán: la transmutación del agua en vino, el vino en fiesta, la fiesta en alegría.

Sabemos que el pecado siempre ha existido y que siempre existirá, donde quiera que viva un hombre o un ángel. Porque fue un Ángel, Lucifer, quien organizó el can que terminó en la rebelión de los cielos ¿Quiénes vinieron a la tierra y en su divina lujuria (y talvez embriagados de santidad) poseyeron a nuestras mujeres, para engendrar en ellas a los Gigantes? (no los de San Francisco).

“De las Tinieblas sale la Luz” dice la sabiduría (y no estoy aludiendo ahora al eterno problema energético de los dominicanos). Sin embargo, debemos entender que esta afirmación no persigue sugerir de ninguna manera, que debemos promover el pecado y la embriaguez. Mas bien debemos entender lo que afirma el Apóstol “pequemos para que la gracia abunde”, aclarando así los erróneos razonamientos lógicos de quienes creen que mientras más pecados hay en la tierra, más gracia envía Dios para combatirlo, no, de ninguna manera.

Ni tampoco estamos diciendo “Bebamos ron para que los premios abunden”, no, imposible. Lo que estamos diciendo, y es bueno que pongamos atención para que no me corrompan mis ideas, es que debemos ser comprensivos y aceptar la naturaleza humana, no dejándonos jamás llevar por los caminos escabrosos de nuestra cultura esquizofrénica cristiana en la que fuimos educados.

De hecho, y gracias a Dios, es aquella la que nos humaniza (y no ésta, la alienada, la que no predica el humanismo cristiano) y es la que, con su razonable elasticidad, nos permite existir en este mundo sin hacernos abatir en al locura.

Creo que debemos aceptar y reconocer, de una vez por todas, nuestra condición estúpida y dejar de creernos ya, la utopía, de que podemos vencer nuestra naturaleza ambigua, en lo individual y lo social. Esto sin reconocer, obvio está, que debemos combatir y morir luchando, como decía Pablo, por la perfección de nosotros y de la sociedad, pero nunca olvidando nuestra suerte humana.

La expresión, “Que no se entere la Izquierda de lo que hace la Derecha (enunciado ya obsoleto desde que existe el espionaje, las confesiones religiosas y el periodismo de investigación de Nuria Piera y Alicia Ortega, y desde que se terminó la guerra fría entre Roma y Cartago) nos sugiere la naturaleza dual, contradictoria y bicéfala que nos posee y nos atormenta.

Y de ésta condición no se libra ningún mortal, ni tampoco alguna institución habitada por ellos. Así es nuestra sociedad, humana, conformada por hombres y mujeres inconcientes y estúpidos (y estúpidas). Estúpidos quizás, a causa de la mordida a una fruta ebria, madura, hecha sierpe o Cidra, impregnada de un Ron Divino que felizmente nos hizo y nos hace olvidar (y recordar) nuestra triste condición humana.

Dios, sabio al fin, y desde el principio, al enseñarnos el concepto de libertad, se desligó del pecado del hombre, de su responsabilidad, de su tollo-teogónico. Dios que lo sabe todo, presente, pasado y futuro, sabe por qué el Padre Abraham (el de aquí, no el judío) no se explica cómo suceden estas cosas a la Iglesia de Dios ¿Es que fueron tan “rosa” las clases seminarias que no le instruyeron en los misterios de la vida terrenal de nuestra madre Iglesia, para que ahora, entonces, resulte sorprendido? ¿Es que no estudió la historia de su iglesia? Querido Padre Abraham déjese de niñedades.

Sólo Él, DIOS, sabe por qué “debemos beber Ron para que los premios abunden”. Dios sabe que somos de fango. Que si nos exponemos al Sol (aun con protector solar # 10), se nos va la vida ,el poco de agua que nos lustra. Sólo Dios sabe que si nos exponemos al Sol, como individuos o como sociedad, nos desmoronamos, nos disolvemos; nos convertimos “en polvo, en nadie, en nada, (‘en sombras’) y en olvido”.

Y aunque todavía nosotros no podemos comprender a Dios, a pesar de los esfuerzos que los sabios teólogos de la Patristica hicieron, sí debemos comprender a sus criaturas (no a su creación) y comprender por qué hemos aceptado felizmente el Ron (el alcohol) como paliativo social a nuestros sufrimientos y miserias originarias, miserias en las que Dios nos abandonó.

No es que quiero hacer una apología del buen Ron, ni del pecado, pero…. !Ay de nosotros, Padre Abraham, …Si no fuera por esos momentitos! Mi amigo, no se mortifique, vea en ese premio, el reconocimiento que el vicio le hace a la virtud. Porque esto, mi querido hermano Abraham, es un triunfo, y tenemos que celebrarlo con un buen trago y una mano de dominó.

Digamos, pues, como hubiese dicho, de estar coleando, El Almirante de la Mar Océana: ¡En América bebo ron y en España bebo vino! Aceptemos, pues, nuestra estulticia congénita, nuestra inconciencia, porque, si nos ponemos a analizar, en serio, sin dogmas, nuestras incongruencias esquizo-cristianas, posiblemente ni usted ni yo estuviésemos como estamos: en el pleno uso y disfrute de nuestra sociedad surrealista.

Paremos pues, porque si seguimos analizando estos misterios divinos, los misterios de la conversión del agua en Ron y el Ron en premio, (gracias al milagro de nosotros, los felices y fervorosos bebedores) exclamaríamos en el más culto latín romano, en las perfectas armonías celestiales del un coro Ilario- Vaticano, gregoriano y borgiano (el argentino, no el romano, aclaro) cantaríamos, decia:

“Piensa feliz que el mundo es un eterno instrumento de ira, y que el ansiado cielo para unos pocos fue creado, y casi para todos el Infierno” (JLB).

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