Por Balaguer

Por Balaguer

El padre Miguel Ángel de San Martín modificó aspectos del ordinario de la Misa. Oficiaba a intención de familiares y relacionados del extinto Presidente Joaquín Balaguer. Más no quiso ser únicamente quien presidiese aquella asamblea litúrgica. El padre San Martín quiso que fuese su oración una de las que se elevase por el alma del difunto. Por eso, sin duda, puso de su cosecha al desechar la prevista lectura evangélica del lunes de la decimoquinta semana del tiempo ordinario, para volver a la lectura dominical.

En su sermón, a su manera, sin que nos diésemos cuenta, expuso sus razones. No escondió esas personales expresiones, en el retrato que esbozó del gobernante. Como todos los mortales, dijo, fue hombre de extraordinarias condiciones. Y fue pecador, también. Porque todos, recalcó, delinquimos ante Dios, a quien faltamos al faltarle a los hermanos, y al fallarle al Creador. Pero no se encontraban en tales palabras las íntimas impulsiones que lo llevaron a repetir el evangelio dominical. Las hallé en un secreto deseo de externar gratitud por hombre que distinguió a los pasionistas con tratamientos muy especiales.

El padre San Martín es miembro de esa orden. Cuando llegaron al país, medio siglo atrás, recibieron a su cargo el templo consagrado a la Virgen María como Nuestra Señora de la Paz. Aislado de la feligresía a la que debía ofrecer el mensaje del Señor, los miembros de la orden pasionista vivían alejados de ese templo. Cuando se levantó el colegio puesto bajo el amparo de esa advocación mariana, se acercaron a la Parroquia. Aún, sin embargo, se encontraban relativamente alejados de ella.

Entonces, contó el sacerdote, hablaron a Balaguer. Y éste construyó la casa parroquial, y prestó atención muy especial a este templo dedicado a la Virgen María. Por eso, entre la lectura prevista para el lunes en el formulario propio del tiempo, y la del día anterior que hablaba del sembrador, prefirió la última. Porque quien siembra cosecha. Y allí estaba el padre pidiéndole a Dios por este difunto cuyos méritos resaltó sin que dejase de reconocer sus defectos. Porque todos somos pecadores.

Pero allí estaba sacando a relucir con maña de cura viejo, unas expresiones de gratitud, admiración y respeto que no guardan muchos otros que le deben, mucho más, a Joaquín Balaguer. Por eso, digo, aquella Misa por el alma de Balaguer no fue únicamente a intención de sus familiares y relacionados. Fue, también, a intención de estos religiosos de la orden pasionista que han sabido hablar de su gratitud sin que muchos nos diésemos cuenta.

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