Padre Nuestro que  estás en…

Padre Nuestro que  estás en…

Hoy, Día de los Padres, es oportuno recordar a mi querido padre, que revive en una foto, desde donde dirige nuestra familia, tanto, que aunque muchos le creen difunto, él sencillamente mudó su mando a otro lugar infinito, desde donde lanza sus benditos efluvios y órdenes.

Eso no debe extrañar en un mundo en que Aureliano Buendía revivió noventa veces en Macondo y en que se dice que andan todavía las ciguapas.

Todos los días, en el Gazcue de antes relleno de fotos de Trujillo, a las cuatro de la tarde mi padre, el Lic. Leoncio Ramos, partía a dictar su cátedra de Derecho Penal en la vetusta Universidad de Santo Domingo de Guzmán.

Sus movimientos de reloj humano eran tan exactos, que en el barrio de Gazcue ponían los relojes en hora según sus apariciones y hechos de su vida cotidiana.

Yo era estudiante de Derecho y tenía “la doble suerte” de tener el catedrático de Derecho Penal tanto en la casa como a las cuatro de la tarde en la Universidad. Allí, durante la cátedra, él no me veía pero me “vistillaba” con el rabillo del ojo.

Ocurrió que un día, bajo los cuarenta grados de calor del farragoso tema de la pena de muerte, cometí el infame desacato de lanzar al aire un ruidoso bostezo estirando como un simio los brazos al aire en un gesto de circo.

El alevoso hecho consternó a todo el asombrado alumnado. Hubo un silencio de funeral y esperé desconsolado mi inmediato aguillotinamiento y… nada… y el profesor continuó impasible su cátedra pasando al tema de la horca…

Transcurrió un mes y en mi casa yo me hacía el invisible, hasta que un día en la cena, a la hora del postre, el catedrático como hablando con el aire dijo: “¿saben ustedes que en la selva africana muchos simios bostezan ruidosamente y se esterican..?”

Yo fingí sordera absoluta y para evitar que el juez dictara la inevitable sentencia condenatoria, me auto-encarcelé en mi habitación como muerto civil hasta que escampara el temporal…

Hoy día veo su foto vestido de smoking, que me mira directo a los ojos, e iba a bostezar, pero aprendí a tragármelo en seco igual que cuando hoy día escucho a ciertos políticos mentirosos pero importantes; y como decía, la foto todavía está en mi habitación y allí me dirige mi padre vestido de smoking a sus treinta y siete años, con una corbata de mariposa, con su joven fisonomía que contrasta demasiado con la horrenda foto de mi pasaporte que me tomé a los ochenta y pico de años; y ¡cuánto me gustaría, dándole vueltas al almanaque, lucir como mi padre, pero su smoking que heredé, desdichadamente no me cierra!

¿Sabe acaso usted dónde vive un sastre que haga que el smoking con olor a naftalina me abotone un poco? Y así reencarnar a mi querido padre, y, a las cuatro de 1a tarde, exactamente desde Gazcue, partir a dictar aquella cátedra de Derecho Penal sin permitir ni por asomo que ningún carajo me bostece  como un animal africano.

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