Noctambulario
¿De verdad descansas cuando vas a tu pueblo?

<STRONG>Noctambulario<BR></STRONG>¿De verdad descansas cuando vas a tu pueblo?

Cuando se me mete, entre ceja y ceja que quiero ir a mi pueblo (Tamayo), porque estoy un poco agotado del trajín citadino, enfilo mis cañones y no hay fuerza humana que me detenga.

Aunque la intención primaria es recibir los mimos maternos, los consejos paternos y los abrazos de la gente que has querido toda tu vida (Chabe, Doña Andrea, Caria, Gió, Pedro, Robin si está, Lucy, Rosanny, Rommel si está), en fin, que se te mete por los poros una nostalgia incontrolable.

Llego deposito mi mochila y casi no me ven en casa hasta el día en que me marcho. Mi mamá debe mandarme a buscar a cualquier lugar (donde sabe que puedo estar: casa de Chabe, de mi madrina o en el colmadón en frente del parque, bajando frías) para que vaya a comer. Llega la noche. Voy y me baño, me cambio y la pregunta acostumbrada: ¿saldrás otra vez? ¿Y no fue a descansar que viniste? Entonces, otra vez a la carga. Allí, en los alrededores del parque municipal, adonde acude “to’ el vivo” saludo a los que tengo tiempo sin ver, entonces vuelvo, entre risas, cuentos viejos y anécdotas que hemos recordado durante todos estos años -que ya somos hermanos- para seguir la rumba y seguir bebiendo y volver a recordar tonterías que creíamos olvidadas. De repente nos damos cuenta que es de madrugada y que al otro día teníamos pautado ir a cualquier río o balneario de la región y allí otra vez volvemos a la carga. Cuando llega el domingo en la tarde y tengo que volver a la ciudad, me doy cuenta que aunque disfruté como nadie, en realidad el descanso fue una utopía.

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