Burocratismo febril

Burocratismo febril

Luis Scheker Ortiz
Si los problemas nacionales o de un sector determinado se resolvieran con la creación de Secretarías de Estado, el país no tuviera problemas.

Una ley enjundiosa creando una nueva Secretaría o elevando de rango al titular de la dependencia bastaría. Problemas de salud, de educación, de transporte, de vivienda, de seguridad ciudadana, de suministro de energía o de agua potable desaparecerían como por encanto.

El comentario trivial, sin duda, viene a canto a propósito de la promulgación de la Ley 4/08 que crea la Secretaría de Estado de la Función Pública y deroga la Ley No. 55/65, que creó la Oficina Nacional de Administración y Personal (ONAP) adscrita al Secretariado Técnico de la Presidencia. Organismo técnico especializado y de consulta al más alto nivel, a la ONAP le correspondía realizar los estudios y hacer las recomendaciones relativas a reorganización y reestructuración de sector administrativo del gobierno, promover la estabilidad y profesionalidad de los servidores públicos y el mejoramiento de sus relaciones de trabajo de estos con el Estado.

Con esa finalidad se promulgó, luego de una tenaz resistencia la Ley 14/91, que instituye el Servicio Civil y la Carrera Administrativa y, años más tarde, el Reglamento para su aplicación. Magros han sido sus resultados, a pesar de grandes esfuerzos de sus directores.

¿La causa? Falta voluntad política decidida. Del  Dr. Balaguer que la promulgó, de los demás gobernantes que le han sucedido y los partidos que reniegan de sus principios. Todos han conspirado y conspiran contra su aplicación. La ONAP, quijote solitario, sobrevivía; pero las normativas que con limitaciones impulsaba, propugnando por su racionalidad y eficacia, la independencia de los servidores del Estado, y la transparencia en el manejo administrativo del sector, atentaba contra el poder hegemónico del mandamás de turno, enclavado en el sistema de despojo, el clientelismo político, el nepotismo y la corrupción.

Igual pasará con la Ley que crea la Secretaría de la Función Publica, a la que hay que reconocerle grandes virtudes. Quedará igualmente entrampada sin que el rango de su titular o de la dependencia pueda salvarla, porque la calentura no está en la sábana.

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