¿Reforma de consenso?

¿Reforma de consenso?

Escurridizos, como solemos ser cuando se trata de asumir responsabilidades cruciales para la buena marcha del país, se escucha el insistente planteamiento de algunos sectores para que la próxima reforma fiscal sea «de consenso».

Si este «consenso» llegase a ser el fruto de una amplia consulta, durante la cual fueran evaluados pareceres y razones de cada capa de la sociedad, no habría necesidad de hacer anotaciones críticas sobre lo que, hasta ahora, ha significado el consenso para una buena parte de los dominicanos.

Hasta ahora se han barajado propuestas como la ampliación de la base de aplicación del Impuesto a la Transferencia de Bienes Industrializados y Servicios (Itebis), pero preservando intacta la gama de artículos que componen la canasta familiar.

Es decir, se insiste nuevamente en aplicar más presión fiscal indirecta sobre el consumo, sin tocar ni con el pétalo de una rosa las rentas y ganancias y sin mirar hacia una mejor administración del gasto.

Las últimas modificaciones hechas al Itebis alcanzaron los linderos mismos de la canasta familiar. Sería interesante que los proponentes de la ampliación de la base de este impuesto le dijeran al país cómo se evitará traspasar esos linderos.

–II–

Los estrategas en materia fiscal, entre los que hay que contar representantes del sector empresarial, tienen que tomar en cuenta que los impuestos indirectos terminan succionando el bolsillo de los consumidores de bajos ingresos, aún cuando no tengan acceso a los bienes de consumo de alto precio afectados por la presión fiscal.

Las distintas etapas del comercio son una inevitable correa de transmisión que se encarga de traspasar a los consumidores, vía precios, las penalizaciones fiscales de bienes y servicios. El resultado es que quedan intactas las ganancias de la producción e intermediación hasta llegar al consumidor o usuario final.

Un régimen fiscal de estas características tiene un alto costo social y resulta perjudicial para la economía en sentido general, pues necesariamente limita o deprime el consumo y resulta contraria a los propósitos oficiales.

En este país hay fuentes de grandes rentas y ganancias que siempre resultan «ilesas» en las arremetidas fiscales que aquí se denominan «reformas».

Parecería que es más fácil resolver el enojo de las clases más bajas, entre las cuales casi siempre se distribuye la carga fiscal, que entrar en contradicción con sectores económicamente poderosos y que disfrutan, directa o indirectamente, de cuotas del poder político.

Si ha de haber una reforma fiscal, que sea realmente de consenso, basada en una consulta lo más amplia posible y que tenga respeto absoluto por las proporciones en que debe ser distribuida equitativamente la presión impositiva y que empiece a ser aplicada después de una reestructuración ahorrista del gasto público.

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