Micky Velázquez

Micky Velázquez

UBI RIVAS
Desafiante, apasionado, vertical, honesto, exento de miedo, condición sine qua nom para ejercer la comunicación, la política y las armas, Miguel Angel Velázquez Mainardi perdió su última polémica por la vida, ganándole la guadaña inexorable de la Parca, el 25 de julio último. Con su deceso, pierde el país a un ciudadano íntegro, el periodismo una de sus plumas más encendidas y temerarias, en que preciso es acotar que difícilmente, sino imposible, desenvainó el sable de su palabra, ora oral, ora escrita, sin acoplar cuanto decía y escribía justamente a lo que creía.

También con su deceso lamentable y a destiempo, 67 años, pierde el ámbito de quienes le quisimos, valoramos y compartimos con él una miríada de jornadas, pruebas, desafíos, vados de corrientes impetuosas enmarcadas en el bronco acontecer de la política vernácula, ciertamente, a un ser humano invaluable por su valía y la calidad de sus afectos.

La sorna, la guasa, la jocosidad que empero, nunca frisó los dinteles de ludibrio, fueron prendas que siempre acrisoló el temperamento alegre y desenfadado de Miguel Angel Velázquez Mainardi, hasta el fin.

El me decía Ubinsky y yo le decía siempre Micky, mi querido Micky, mi inolvidable Micky, tan cercano como tan distante, con quien alguna vez, cierto, choqué, pero fue un choque efímero, que más bien sirvió para templar para siempre nuestras relaciones afectuosas, y que superamos con creces, porque los dos sabemos superar diferencias y sobre todo, perdonar. Y pedir perdón.

Los dos creíamos, sigo aún creyendo, que las diferencias con una persona deben ser siempre pasajeras, nunca permanentes hasta el final, para emular a Abel Sánchez, el hosco personaje de don Miguel de Unamuno, que se resistía a morirse, porque se negaba a enterrar su odio, instinto primitivo deleznable y rastrero, que siempre rechazamos y mantuvimos a la distancia del brazo, sin importar los agravios, que son como el agua al discurrir, que se aclaran solos, de por sí.

Muy jovencísimos los dos, él en el exilio antitrujillista en Caracas, yo en la adolescencia bellísima, nostálgica, peligrosa, en el Primer Santiago de América que acuñó nuestras primeras luces, escuchándolo por la radio de noche, animando a sus conciudadanos a pintar en las paredes: CT, es decir, Contra Trujillo, motivo por lo cual Petán Trujillo eliminó a dos graffitis que secundaban a Micky, en Bonao.

Con paso corto, hablar quebrado, apenas perceptible, rostro demacrado, desde hacen más de seis meses confié al director de HOY, Mario Alvarez Dugan, mi preocupación por el cuadro físico deteriorado que advertía en Micky, que empero, cuando el presidente Leonel Fernández le designó embajador en Chile, se recompuso un tanto, porque como aseguraba el doctor Gregorio Marañón, no hay enfermedades y solo enfermos, todo resulta ser un componente enorme de emociones.

Pero su quebranto era inexorable y mortal, y la Parca lo atenazó en su mejor momento intelectual, produciendo su columna diaria en El Nacional, y también su programa de TV diario, coordinando la publicidad del Grupo Corripio, y también los Almuerzos de los Miércoles, y todo con una precisión, dedicación, altura, excelencia, ajetreo sin quejas, ciertamente admirables.

Micky era incansable, eficiente, disfrutaba con la extenuación de sus obligaciones, ora empresarial, ora intelectual, de comunicador de gran envergadura, denunciador desollante de tantas inconductas y vagabunderías que pletorizan lamentablemente nuestro escenario político, y más allá, en lo privado, que poco se denuncia.

Paz a los restos mortales de un ser querido excepcional. Prez a su memoria.

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