Ya van 36 reformas

Ya van 36 reformas

La cultura política autoritaria y conservadora y los manuales de historia, incluso los de los historiadores profesionales, nos han hecho creer la falacia, reproducida en los decretos presidenciales, de que somos un pueblo libre desde 1844 hasta 2009. Según ese discurso histórico malicioso o inconsciente, vivimos hoy el 165º aniversario de nuestra independencia.

 No descuentan los cuatro años de dominio español de 1861 a 1865 y los ocho años de ocupación militar norteamericana (1916-1924). Este inconsciente tiende a negar, en ese racionalismo lineal de nuestra historia, la existencia de tales acontecimientos y a no examinar, críticamente, las razones que originaron  el eclipse de nuestra independencia: la ausencia de un Estado nacional debido a la falta de cultura política, conciencia nacional y  unidad personal del pueblo dominicano.

 Lo sorprendente es que tales intelectuales e historiadores no se detienen a reflexionar cómo y por qué hemos realizado en tan breve tiempo 36 reformas constitucionales. Algunas de esas razones se encuentran en las “reseñas históricas” que Peña Batlle introdujo a cada una de las reformas constitucionales que figuran en los tres tomos de “Constitución política y reformas constitucionales. 1844-1942”, publicados en 1944 por el Gobierno Dominicano, así como las que contiene la segunda edición publicada en 1981 por la ONAP para explicar el porqué de las reformas emprendidas desde 1947 hasta 1966. Las motivaciones de las reformas constitucionales de 1994, 2003 y la que actualmente se halla en curso las conoce bien el pueblo dominicano.   Usted une todas las motivaciones, surgidas siempre del Poder Ejecutivo, y todas mienten.

Son justificaciones ideológicas escondidas en esos discursos que hablan de conflictos entre liberales y conservadores. Que tales reformas se producen para adaptar la Constitución a los tiempos modernos, al progreso o para ampliar derechos y deberes que no estaban expresamente incluidos en la carta magna anterior o para subsanar confusiones. No hay una sola “reseña histórica” que diga que la reforma se ejecutará para consagrar el clientelismo, el patrimonialismo y la reelección vitalicia del detentador del Poder. Lo más lejos que llega la primera “razón histórica” es a advertir la lucha, por un lado, entre el clero que tronaba para que le reconocieran  sus intereses, mermados por los gobiernos haitianos  y legitimados por la Constitución de 1844; y por el otro, los liberales que deseaban librarse del célebre artículo 210 de Santana.

 Desde 1844 hasta la última reforma constitucional en curso, legisladores y presidentes han escamoteado sus verdaderas intenciones e intereses, por lo cual, en la de 2009, “Edipo rey”, de Sófocles, se quedó corto con el artículo 30. El arzobispo Meriño engendró, mutilando el suyo, los apellidos Defilló, Logroño y Cohén. El clero colonial apañó a Pablo Altagracia, hijo del cura Antonio Sánchez Valverde y la esposa del Dr. Filpo. Criado en la Capital por un platero francés de apellido Báez, este le dio el apellido al niño. Avecindado en Azua, donde adquirió una gran fortuna, Pablo Altagracia Báez se unió con la ex esclava Teresa Méndez, con quien procreó a Buenaventura Báez, girifalte de la política dominicana durante 20 años. Si usted no conoce la intrahistoria o la historia secreta dominicana, no realizará la conexión entre los apellidos Sánchez Valverde-Filpo y el Caudillo del Sur. Con la independencia surgieron dos grandes tenorios: Meriño y el presbítero Gabriel Benito Moreno del Christo, quien logró la proeza de seducir a madre e hija en Higüey. Luego conquistó al “tout Paris”. Uno menor, pero no menos eficaz, fue el padre David Santamaría en tierras de Hato Mayor y Azua. Pero también tuvimos grandes gallos ‘tapaos’ que se quedaron en el closet, como el padre Billini, a quien deseaba Francisco Henríquez y Carvajal ver lo más lejos posible de sus hijos, según le encarecía a Salomé Ureña en carta desde París.

En duelo con el  donjuanismo de Meriño y Moreno del Christo, en el siglo pasado tuvimos obispos que se dedicaron a seducir efebos y monjas sujetos a su autoridad, para muestra de la vida escandalosa y la mala vida, como titulan Moya Pons y Carlos Esteban Deive sendos libros donde tratan los desenfrenos de las clases baja, media y alta durante la Colonia. Hubo curas que tuvieron hermanos médicos que se dedicaron a la práctica del aborto, e incluso se les murieron pacientes en el empeño. Sin dejar de mencionar a curas fornicadores de gran fama y nombradía en la era de Trujillo: el padre Andrickson (detenta el récord de más hijos para la categoría sacerdotal), Montás, Valdez y el sibarita del Maniel, entrevistado en 1846 por el teniente Porter, el espía norteamericano. Prosistas del XIX como José Joaquín Pérez dejaron  cuentos donde tratan este problema de los curas fornicadores: “Las tres tumbas misteriosas”. El clero no solo adversó al Poder en 1844, sino también durante la Anexión. Fue enemigo del obispo Monzón porque le suprimió intereses económicos y porque quiso yugular la vida disoluta y de amancebamiento de la casi totalidad de los curas. Si en segunda lectura se llegara a aprobar el artículo 30 que penaliza el aborto, incluso el terapéutico que alía ciencia y fe, se abrirían las compuertas a los hijos de curas y monjas y estos engrosarían las filas de los bastardos y los niños expósitos dejados de madrugada en las puertas de las iglesias, pese a que el padre Luis Rosario esté dispuesto a criarles, con tal de que la madre no aborte, si es que no muere  durante el parto.

Ojalá que las legisladoras y legisladores que votaron a favor de la penalización del aborto no pasen por el infortunio de vivir el drama que significa ver a una hija, hermana, tía, sobrina o prima violada y embarazada. Pero si tal infortunio les sobreviniera, ¿qué harían esas legisladoras y legisladores?

Si se aprueba definitivamente el artículo de marras, las víctimas propiciatorias de los violadores serán las mujeres católicas que han apoyado la prohibición del aborto, pues si salen embarazadas, el violador tiene la garantía de que no se quejarán ante la justicia ni osarán abortar clandestinamente, pues esa es una “prueba” a que las somete Dios para ver si quebrantan su fe y la Constitución.

A las mujeres dominicanas hay que exhortarlas a no votar en 2010 por las legisladoras y legisladores que aprueben el artículo 30 que prohíbe el aborto, el cual las lleva al matadero, ni a votar por ningún candidato presidencial que apoye este feminicidio.

Esta es, hoy, la realidad del país que no pudo constituirse en nación ni en Estado hasta 1916, pero sí lo logró a partir de 1930, según Peña Batlle, gracias al genio creador del Generalísimo Trujillo. Les invito a descubrir semejante portento a través del discurso titulado “Exaltación de la Era de Trujillo”, incluido en libro “Política de Trujillo, publicado en 1954. De impropia, califica Balaguer la pieza oratoria (“Memorias de un cortesano…”, p. 234-38). El auditorio solamente quería bailar y beber. Ese era el Estado que la imaginación fantasiosa de Peña Batlle creó y la herencia del que nos gastamos hoy, en esta era de frivolidades y cultura “light”.

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