El placer tarifado de la antigüedad

El placer tarifado de la antigüedad

JOSÉ MANUEL GUZMÁN IBARRA
La prostitución es la actividad a la que se dedica una persona que sostiene relaciones sexuales con otras, a cambio de dinero. La definición deja un margen muy abierto para el juicio moral, o el prejuicio social. No resuelve, sin embargo, las paradojas propias de una actividad de las que se tienen referencias escritas muy antiguas, tan lejanas como las de la antigua Grecia. El tema se maneja con más prejuicios que evidencia. Valdría la pena hacer una historia de la prostitución, universal y local, con el mismo animo del adagio latino que dice que la historia es maestra.

En Atenas la prostitución estuvo legalizada. Hasta se regulaba el precio y se establecían tributos. Las casas públicas estaban bajo el control del Estado. La prostitución no era delito, aunque llenaba de oprobio al que se prostituía. El Estado no reprimía la prostitución pero reservaba el derecho al padre de renegar de la persona prostituida, con serias implicaciones en la herencia. En el siglo V antes de Cristo, Solón, el famoso rey demócrata, reglamentó la actividad de la prostitución e incluso estableció «casas autorizadas» donde se ejercía con absoluta libertad el placer tarifado, era una forma de mantener la prostitución fuera de las calles.

Ya desde entonces la polémica existía, y también la doble moral, porque si bien el ejercicio no era perseguido ni penal ni socialmente, el prostituido pagaba el costo de la exclusión: no podían participar en actividades oficiales. Distintas épocas y distintas sociedades han tenido diferentes actitudes sobre el tema. ¿Por qué a pesar de los costos para el trabajador sexual persiste el oficio?

Esa pregunta, me parece, es clave para el desarrollo de cualquier política que busque regular la prostitución o sus actividades conexas, como la trata de personas, las drogas o el abuso infantil. Una hipótesis que explicaría el porqué es la existencia de la pobreza, otra causa, otrora, la existencia de una pobreza mayor, la esclavitud.

Incluso en las antiguas Grecia y Roma las personas los barrios de clases sociales más bajas presentan una mayor frecuencia de «casa de citas» dedicadas a poner precio al placer. No obstante, también en aquellas antiguas ciudades había prostitución a otros niveles, incluso había lo que se denominaba prostitución sagrada: aquella por la cual sacerdotisas del templo vendían su cuerpo compartiendo las ganancias con la manutención de la deidad Afrodita.

Herodoto, el historiador, cuenta, no sin antes censurar como vergonzosa dicha costumbre, que los babilonios promovían entre sus mujeres la idea de que debían unirse por lo menos una vez en la vida a un forastero en el templo de Afrodita. Dice el historiador que las mujeres sentadas en el templo recibían el requerimiento del hombre que les decía, «te llamo en nombre de la diosa Milita» (Afrodita), al tiempo que le tiraba el dinero a sus pies. Ella no tenía derecho a rechazarlo «ya que el dinero es sagrado». Al unirse al forastero cumplía con su deber frente a la diosa y la mujer estaba libre de ir a su casa. La rapidez con la que volvía a su casa estaba ligada a la beldad de la mujer, dice Herodoto que algunas volvían en días u horas, mientras que otras esperaban hasta cuatro años. En el caso de los babilonios una especie de acto religioso, hedonista, claro; pero religioso. O en visión posmoderna una forma de promover el turismo, para incrementar el comercio.

En fin, que desde la antigüedad vemos que pobreza y esclavitud son elementos que explican la existencia del trabajo sexual; pero no sólo. La esclavitud ha sido felizmente superada por la humanidad, la pobreza y el desempleo (o subempleo) no brindan ningún síntoma que sustente el optimismo. Otros factores pueden considerarse como la causa que motiva la oferta de caricias tarifadas.

La pobreza no es el único elemento que explica la existencia del mercado sexual. Otro elemento presente desde la antigüedad lo era la desmedida admiración de la vida holgada por hombres y mujeres de clases pudientes. Cuentan los textos que en un azar del destino la persona que perdía el status recurría al tráfico de su cuerpo como medio de subsistencia.

Hay documentación escrita que demuestra que era frecuente que las propias hijas pidieran a sus madres permiso para prostituirse, argumentando ante el lujo perdido que un matrimonio honesto, en tales circunstancias, sólo podía proporcionar una vida «triste» y modesta.

La demanda del servicio sexual encuentra una oferta que se origina en múltiples factores. En algunos textos he encontrado que en las ciudades de Grecia y Roma antiguas la prostituta tenía prohibido enamorarse salvo que lo hiciera de hombre anciano y rico, tan rico que pudiera mantener a la hetaira con toda su familia.

En Roma, por ejemplo, era común que cuando un padre caía enfermo o estuviera moribundo sin poder atender económicamente su familia, su lugar era ocupado por la mujer que se prostituía para poder proporcionar sustento a la familia. Es pues, evidente, que la razón fundamental para la existencia de la actividad, desde tiempos inmemoriales lo es la necesidad material o la idea de necesidad material.

Sobre la demanda de placer tarifado, vemos en la antigüedad que los que frecuentaban a las prostitutas eran artistas, escritores, políticos, y se recogen testimonios de que no era infrecuente que las mismas amenizaran los banquetes de filósofos. Lais, por ejemplo, llegó a pedir 10 mil dracmas a Demóstenes, quien no sin pensarlo muy bien, como el que calcula, declinó finalmente diciendo «¡que no compraba un arrepentimiento de 10 mil dragmas!». El gran pensador Epicuro enseñaba a seis cortesanas, probablemente cobrando en especie, y el mismísimo Aristóteles tuvo un hijo con Herpylis, mientras que su maestro Sócrates, sólo paraba de hablar cuando se trataba de ir a contemplar los encantos de Teodoté. Las tres mujeres mencionadas eran ampliamente conocidas por el suave manejo de la flauta y por las caricias tarifadas.

No pretendo ninguna conclusión, salvo una. Quizá vale la pena atreverse a una historia de la prostitución, sin dogmas. La historia es maestra.

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