Meditaciones de un perdulario

Meditaciones de un perdulario

UNO

En su libro “La caída en el tiempo”, el dificilísimo filósofo de origen rumano E. M. Cioran dice lo siguiente: “Deberíamos tener la facultad de vociferar al menos un cuarto de hora al día; deberían crearse incluso Centros de vociferación para ese fin”. Y para justificar su propuesta apunta: “¿Acaso no alivia suficientemente la palabra? (…). La vociferación, modo de expresión de la sangre, nos levanta, nos fortifica, y a veces nos cura”.

Lo leí y me sonreí, pensando que E. M. Cioran es un tipo tan serio que esa propuesta parece no provenir de un pensador de su profundidad. Y luego pensé en nosotros, los dominicanos, porque si aquí se nos permitiera vociferar un cuarto de hora al día, terminaríamos siendo un país de sordos. Hay tantas frustraciones acumuladas, tanto cinismo triunfante, tanta mentira institucionalizada, que nuestras cabezas quedarían trastornadas por sucesiones de vociferantes que se precipitarían unos tras otros, atropellando sin remedio el sistema auditivo. ¡Este país nuestro está lleno de vendedores de humo! ¿Quién podría soportar el estruendo de los vociferantes?

DOS

Cuando Trujillo subió al poder en el 1930, se puso en evidencia una tendencia de la intelligentsia a conciliar con los comportamientos opresivos, diluyéndose en el halo de una lamentación importante la otra tendencia fuerte de los intelectuales, la de la búsqueda de la libertad. Antes del movimiento del 23 de febrero de 1930, intelectuales como Rafael Vidal, Roberto Despradel, Julito González Herrera y muchos otros, se dedicaron a cambiar la imagen dura del hombre de cuartel que era Trujillo. Esa fue la arquitectura del miedo más perfecta de la historia dominicana, pero esa manada de intelectuales dominicanos se jugaba su apuesta histórica, y se recostaron de la ceguera voluntaria que iba a caracterizarlos siempre que se tratase de resignarlo todo a las conveniencias del poder.

Nuestro calvario despótico se ha prolongado desmesuradamente en el tiempo, la racionalidad lineal de los intelectuales trujillistas les hizo concebir la atmósfera de la opresión como el estado natural del hombre y la mujer dominicanos. Adiestrados para racionalizar el mundo como adecuación a lo arbitrario, el pensamiento de la intelligentsia no podía sino encorsetar en una especie de trujillismo eterno las contradicciones de la historia dominicana. ¿No son éstas las razones por las que cada cierto tiempo nos nace un “Mesías?

TRES

La intelligentsia entristece a veces como un desastre: Un grupo de intelectuales y artistas “desagraviando” a Leonel Fernández a raíz de las movilizaciones populares contra el escarnio económico y moral que dejó su gobierno. La historia no es una línea arbitraria, ¿no son éstas las razones por las que la abyección y el miedo domestican el pensamiento? ¿No revela esa infamia a un intelectual constructor de justificaciones para la opresión, de mitos envilecedores y de modelos de abyección antiihumanístico? ¿Era mentira el déficit, la corrupción, la degradación de toda la sociedad, para sustentar la megalomanía de un “ser providencial”?

La intelligentsia entristece a veces como un desastre.

CUATRO

Angel Morales no es una personalidad histórica a quien se pondere mucho, pero debería ser mejor considerado. Sobrecogido de espanto por lo que veía venir, se dedicó en cuerpo y alma a alertar sobre la desproporcionalidad del aparato de poder que ése otro megalómano estaba levantando a su alrededor en 1930, con la participación de los intelectuales. En la figura de Trujillo, los intelectuales depositaron la colección completa de sentidos inconfesables, sacralizándolo poco a poco, como un tabú. No en balde fue Joaquín Balaguer, entonces un bisoño intelectual y joven abogado de la oficina de don Jafet D. Hernández, quien intentó responder a Angel Morales, empleando argumentos justificatorios de la dictadura que han servido, antes y después, a los intelectuales.

A Trujillo, también, lo “desagraviaron”.

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