Artesanos convierten chatarra de aluminio en relucientes ollas en Nicaragua

Artesanos convierten chatarra de aluminio en relucientes ollas en Nicaragua

MANAGUA. AFP. Con ingenio y trabajo, un grupo de artesanos de Nicaragua encontró en los desechos de aluminio que llegan a los basureros, materia prima para fabricar utensilios de cocina para la exportación y el mercado doméstico, actividad que da sustento a miles de familias pobres.

En medio centenar de talleres artesanales domiciliarios, con hornos excavados en la tierra, y con un calor infernal, fruto de las llamas sumadas a a las altas temperaturas de Managua, familias enteras -y a veces algunos asalariados- derriten el metal y luego llenan moldes de donde salen las nuevas ollas.  

El proceso de fabricación, que se inicia con las personas que hurgan la basura en los vertederos y termina con exportadores que envían los utensilios reciclados a Costa Rica o Panamá, da sustento a unas 5 mil familias.  

El desempleo y la pobreza que azotan Nicaragua hacen que todos acepten la dureza del trabajo con resignación.   Es como trabajar «a orillas de un volcán», dijo a la AFP, Reyna García, dueña de uno de los talleres más antiguos del país.  

«Aquí sale de todo.. hasta fetos», sostuvo Yaneth Rodríguez, quien hurga en el vertedero de basura en pos del aluminio que vende a dólar por kilo.   Al basurero, punto de partida de la cadena de valor, las piezas llegan entre restos de comida podrida o desechos de hospitales, pero los riesgos sanitarios -y la presencia de aves carroñeras como los zopilotes- no desaniman a Francisco y su hija Francis, de 10 años, que hurgan como hormigas.  

Aquí «hay un montón de gente recogiendo aluminio», dice pocos metros más allá Osman Castro, quien dice dedicarse a esta actividad hace siete años y ganar unos 160 dólares al mes.  

Los recolectores afirman que del vertedero rescatan cerca de media tonelada de aluminio al día. Según la presidenta de la Asociación de Recicladores Nicaragüenses, Reyna Rodríguez, la mitad del aluminio así obtenido sirve para abastecer a las fábricas de ollas.

Los talleres, en conjunto, producen cada año 2,4 millones de cazuelas, cucharones y ollas, la mitad destinada a la venta en mercados populares y la otra mitad exportados a Costa Rica y Panamá, explica Jenny Flores, dueña de la fábrica Torres. 

Trabajar en el volcán. Es un día más en el taller de Reyna García, la artesana que afirma que su actividad es como trabajar en un volcán en erupción.

En el fondo de la vivienda de Reyna, en el barrio de Acahualinca -lindero al basurero y al lago Xolotlán- cuatro obreros comienzan la faena colocando 135 kilos de chatarra de aluminio en un horno que arde a más de 800 grados Celsius.

El horno -construido en un hoyo de un metro de profundidad y recubierto con ladrillos resistentes al calor- se abastece de un tanque de aceite quemado.

El calor, el humo y el estruendo parecen dar la razón a Reyna.   Mientras el metal se derrite y se vuelve un caldo naranja, los obreros preparan con arena, barro y madera los moldes en los que fabricarán los primeros 50 recipientes que un cliente encargó para enviar a Costa Rica.  

El taller le deja a Reyna una ganancia de  mil dólares mensuales. Pero cinco días por semana al horno funciona a pleno haciendo de su vivienda un infierno. Reyna lo acepta porque eso, afirma, le alcanza para alimentar a sus cuatro hijos y mantener la casa.  

Esta actividad surgió hace medio siglo cuando la alfarera Blanca Torres, reivindicada hoy como pionera del barrio, comenzó a producir ollas con chatarra de aluminio.  

Después de su muerte, su hija Albertina heredó el negocio, con el cual, hizo dinero para comprar cuatro casas, algunas camionetas y criar a sus cuatro hijos que también viven de la producción artesanal de ollas, una actividad que entró en crisis hace diez años con el auge de la exportación de chatarra metálica.  

«En este trabajo hay que ser creativo, ser arduo al trabajo y tener capital», sostiene el artesano Juan Guevara, otro de los vecinos recicladores y que produce utensilios desde hace 30 años.  

La falta de capital, acceso a créditos y capacitación ha impedido a los artesanos modernizarse. Ellos anhelan conseguir financiamiento para instalar una fábrica semi industrial, y encarar la distribución recuperando las ganancias de los intermediarios.  

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