A 53 años del tiranicidio

A 53 años del tiranicidio

Lo peor de cualquier dictadura no es la represión física, sus múltiples crímenes y abusos. Lo peor es que “le quita a la vida el placer de vivirla.” Su espiritualidad. Las ansias, la infinita sed de ser yo mismo, el goce de conocer, crecer, emprender otros caminos, abrir nuevos horizontes. Lo horrible de una tiranía, tan cruel como la de Trujillo, es que te hace sentir que no existes. Eres apenas una máscara o una marioneta conducida a su antojo por un poder omnímodo encarnado en un semi dios que te tiraniza. Te castra y anula tu razón de ser, privado de la libertad de pensar, decir, obrar o abstenerte de acuerdo a tu íntimo sentir, condenado a vivir en ese infierno.

Del disfrutar la vida a plenitud, el mayor bien de la existencia humana. Por preservar o conquistar ese bien, se sacrifican otros valores inapreciables y se eleva a la categoría sublime de héroes o mártires a quienes con plena consciencia del deber, con elevado altruismo y sentimiento patriótico, de solidaridad humana, desafiaron el poder absoluto que todo lo pervierte y en pos de un ideal, de una utopía, entregaron su vida, su bienestar personal, de su familia y amigos, expuestos a brutales consecuencias para que los demás pudieran alcanzar su disfrute y ser felices.

El pasado 30 de mayo se cumplieron 53 años del ajusticiamiento de Trujillo. A más de medio siglo de ese suceso histórico, muchos se pregunten si valió la pena. Mucho se ha escrito sobre la vida y la obra del tirano. “La gloriosa Era de Trujillo” que jóvenes generaciones no vivieron y apenas conocen. Lo mejor que pudiera decirse, parodiando lo escrito por Hans Wiese, es que Trujillo fue amado por muy pocos, odiado por muchos, temido por todos. Porque Trujillo sembró el terror en cada rincón de la patria, en cada hogar, en el aire que se respira. Despótico, astuto, paranoico endiosado, nos empobreció a todos. Su ego no necesitaba ser amado, sino temido, aclamado. Porque a diferencia de su ansia insaciable de poder y riqueza, de su pasión enfermiza por el mando, el amor no anidó en su alma.

El terror y el crimen, la delación y el abuso, asentaron su reinado. No estuvo solo. Esa maquinaria tenebrosa de destrucción, aniquiló la democracia, puso en vilo las instituciones, pervirtió los principios éticos y morales rectores del buen vivir, de convivencia humana. Quienes conocimos y padecimos la tiranía sin ser exiliado, torturado, perseguido o deshonrado, también tenemos sobradas razones para repudiarla y abjurar de ella. Porque nos arrebató la juventud. La gracia de sentirnos libre a cambio del silencio oprobioso, forjado por el terror y el miedo. La alegría de vivir la vida y compartirla. Por ello podemos afirmar que valió la pena. Fue necesario, para abrir la compuerta de la libertad, no importa si hoy la prostituimos o malgastamos. Por eso no debemos olvidar ni volver el pasado para construir el futuro que espera, la utopía. Siendo joven, nuestro pueblo tiene el compromiso de estudiar y conocer su verdadera historia y reeditarla. De buscar la verdad que se esconde tras la ignominia, y denunciarla.

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