A 65 años de la terrible historia de Laika, la perra que mandaron al espacio

A 65 años de la terrible historia de Laika, la perra que mandaron al espacio

Laika

Ante todo, la verdad: Laika no era comunista. Los perretes están siempre encima de las tan transitorias pasiones humanas.

Un perrito busca agua fresca, comida y caricias. Con tan poco se conforma. Así fue desde aquel martes de las cavernas, cuando el primer lobo pensó yo me quedo aquí, en esta cueva y junto a esta gente.

Laika tuvo la desgracia de nacer y crecer, poco, en aquel paraíso comunista que Nikita Khruschev manejaba con mano de hierro, un guante blanco al lado de la de su antecesor, José Stalin.

El 3 de noviembre de 1957, Laika fue lanzada al espacio en el satélite artificial Sputnik 2 y se convirtió en el primer ser viviente en cursar el espacio exterior. Murió en el vuelo, pocas horas después de despegar, y también fue el primer ser viviente en morir en órbita terrestre.

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Los soviéticos diseñaron a las apuradas el Sputnik 2 para cumplir con las órdenes de Kruschev. Sabían que la perrita Laika estaba condenada de antemano (Keystone/Getty Images)

Le causó la muerte el sobrecalentamiento de la nave espacial. Durante cuarenta y cinco años, hasta 2002, las autoridades soviéticas primero, y rusas después, mantuvieron en secreto las verdaderas causas de la muerte de la perrita.

Mintieron cuando informaron que había sobrevivido seis días en órbita y luego se había quedado sin oxígeno y mintieron luego cuando informaron que la habían sometido a eutanasia antes de que se quedara sin oxígeno.

La verdad es más cruel todavía: en aquella URSS de la Guerra Fría, todos sabían que Laika no iba a sobrevivir al vuelo espacial.

La enviaron a la muerte para averiguar si era posible que un ser vivo superara la puesta en órbita y el enigma de la gravedad; para saber, en definitiva, si un hombre podía tripular alguna vez una nave espacial, y cuáles serían sus reacciones ante un vuelo de esas características.

El despiadado sacrificio de Laika tendría así un valor científico, contribuiría al progreso de la humanidad. Miren la carita de Laika y pónganla en el otro plato de la balanza.

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Una réplica del Sputnik 2, en una exhibición internacional en Bruselas. . (Hulton-Deutsch Collection/CORBIS/Corbis via Getty Images)

Para contar la historia de Laika y del Sputnik 2, hay que contar la historia del Sputnik 1. Algo breve. La conquista espacial, la Luna y las estrellas como aspiración y símbolo del progreso humano, eran todas mentiras.

La URSS quería espiar a los Estados Unidos de la misma forma que Estados Unidos espiaba a la URSS desde sus bases, instaladas en Turquía y en Afganistán al término de la Segunda Guerra.

Desde allí partían los aviones U2, equipados con poderosas cámaras fotográficas, que regresaban con datos vitales sobre instalaciones soviéticas, clima, hidrografía, cosechas, despliegue militar y otras paparruchadas.

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A la controversia mundial que despertó la muerte de Laika, aún la muerte inventada por la URSS, se sumaron los homenajes que le hicieron en todo el mundo. La consagraron estampillas, canciones, poemas, marcas de chocolate y de cigarrillos (Blank Archives/Getty Images)

El ingeniero Andrei Nikolaievich Tupolev, un poco el padre de la aviación soviética, convenció a Khruschev para que desarrollara una industria espacial que permitiera espiar a Estados Unidos por satélite, dado que la URSS no tenía posibilidad de instalar una base militar vecina a Estados Unidos. Lo intentaría en 1962, en Cuba. Y aquello terminó como terminó.

Fue el espionaje la cuna de la carrera espacial, y no la romántica visión de una conquista estelar, que es la que se vendió al mundo.

Así lo reveló Serguei Khruschev, el hijo de Nikita, en su libro, un tanto apologético: Nikita Khruschev and the creation o a Superpower (Nikita Khruschev y la creación de una súper potencia).

Serguei, él mismo un ingeniero especializado en el desarrollo de naves y vehículos espaciales, emigró a Estados Unidos en 1991. Murió en Rhode Island, el 18 de junio de 2020, a los 84 años.