Las emociones contenidas, los sueños de muchos años, de mucha gente, las ilusiones colectivas por un cambio, por El Cambio, habrán cruzado el umbral y entrado en el campo donde los hechos son más elocuentes que las palabras.
Ya las promesas de antes o se cumplen o se postergan para el momento conveniente. Es el momento de aplicar los planes y dejar la palabrería y la frase ditirámbica por la acción, por la ejecución. No hay espacio para errores, es el momento de general o gusano, cuando se enfrenta la situación de o to’ toro o to’ vaca.
Se habrá iniciado lo que en buen cristiano se conoce como la hora de la verdad, aunque los pueblos necesitan, también, algo de circo, en lo adelante, por sus hechos los conoceremos.
Cruzado ese umbral comenzaremos a ver los problemas convertidos en realidad o las palabras como útiles instrumentos propios de pronunciamientos demagógicos.
Por supuesto, es elemental que los problemas no serán resueltos con una varita de virtud como la que usaban las hadas de los cuentos de niños para resolver problemas, tampoco tenemos el oro de Cotuí para engrosar las arcas nacionales ni el pretendido petróleo de Quisqueya ha sido hallado en cantidad comercialmente explotables.
No. Los problemas que encontrarán las nuevas autoridades serán mucho mayores de los que ocultan los comisionados del gobierno que trabajan en la transición.
En ese momento en que la mayor parte de lo que se toca está podrido o huele muy mal o ha sido sumergido en una serie de movimientos contables y chicanas jurídicas empleadas para ocultar acciones delictuosas, se necesita coraje, valor, tabaco en la vejiga.
Habrá llegado el momento de pensar y actuar para el presente y el futuro y usar el pasado para condenarlo por sus malas acciones y encomiarlo, cuando sea necesario, por las pocas luces que pueda tener.
Habrá llegado el momento de pisar, firme y sin vacilaciones, en el camino que se trace el gobierno para servirle al pueblo y no para servirle al partido ni a una nueva banda de forajidos de cuello y corbata que se intente al amparo de las sombras del poder.
Gobernar es el arte de tener tentáculos invisibles, con ojos y oídos en todas partes para seguir el sonido de las pisadas y el latido del corazón del pueblo, para captar los hedores putrefactos de quienes conspiran contra la institucionalidad y el derecho de todos al disfrute de la vida, con seguridad, libertad y respeto.
Al nuevo grupo que va al poder le corresponde no permitir que lo amarren ni con palabras almibaradas ni con genuflexas posiciones de hipócritas redomados.
‘Ah! falta el circo, ¿cuántos presos irán a las cárceles?
Tremenda tarea ¡adelante y valor!