A 800 metros bajo tierra, la huelga desesperada de siete mineros españoles

<P>A 800 metros bajo tierra, la huelga desesperada de siete mineros españoles</P>

SANTA CRUZ DEL SIL, España, AFP) – En una galería subterránea, siete mineros cubiertos de hollín juegan a las cartas e intentan conservar el buen humor pese a que, en ya 20 días de encierro, no han logrado convencer al gobierno español de mantener las ayudas al carbón en estos tiempos de crisis. «Nos quedaremos aquí hasta que tengamos una solución», asegura a la AFP Alfredo González, de 45 años.

 «Estamos decididos a seguir luchando», agrega. «Si esto no se arregla saldremos con los pies por delante», insiste José Antonio Pérez, de 40 años. Entre sus medidas de austeridad, Madrid decidió este año recortar en 63% las ayudas al carbón español que, más caro que el importado, necesita la subvención para subsistir.

 Los sindicatos mineros aseguran que esta reducción empujará al cierre de las minas y a la pérdida de unos 30.000 puestos de trabajo en zonas de España, principalmente en el norte, donde el carbón es el único recurso. Por eso hace tres semanas emprendieron una huelga, y este grupo de mineros decidió encerrarse en el pozo de Santa Cruz del Sil.

Otros ocho hombres están actualmente encerrados en otras dos minas del país. «Una mañana se fueron a trabajar como siempre y ya no volvieron», explica Blanca, la mujer de Alfredo que, como las otras esposas, acude todos los días a la mina aunque no puede bajar al pozo. Bajo tierra, para protegerse del frío y la humedad los mineros, que al principio eran ocho, cerraron con maderas un espacio de unos 40 m2 en una galería a 3.000 metros de la entrada y más de 800 de profundidad. Aquí duermen, comen y matan las horas.

«El tiempo pasa muy lentamente», reconoce Primitivo Basalo, de 40 años. «Lo que más nos cuesta es respirar, por culpa de la humedad y del polvo», explica Alfredo. Fue precisamente una bronquitis la que obligó a su compañero Eduardo a salir esta semana y por eso «ahora la doctora viene a visitarnos más a menudo», dice. Pese a su determinación, casi tres semanas bajo tierra se hacen sentir. «El sol y el aire libre es lo que más se echa de menos», dice Primitivo.

«Y a las familias por supuesto». Junto a los colchones inflables donde duermen, unos contra otros, algunos colgaron fotografías de sus hijos y en la entrada de su pequeña sala, los mensajes de apoyo del exterior. «Sigue luchando papá», dice un dibujo de un niño. «Animo papá y mineros», «No os rindáis, todos juntos», piden otros. Afirman que el respaldo de sus familias y de los más de 120 compañeros que están fuera, todos en huelga, como los cerca de 8.000 mineros de España, les ayuda a seguir.

«Les decimos a los compañeros que aguanten ahí fuera que nosotros aguantamos aquí adentro», afirma José Antonio. «Y al gobierno que no nos puede dejar tirados», agrega.

Les cuesta aceptar que el ejecutivo de Mariano Rajoy escatime 190 millones de euros a la minería cuando se dispone a ayudar a los bancos con decenas de miles de millones. «Nos parece una injusticia tremenda», dice Primitivo. Por eso bautizaron Engaño a su mascota: un canario, enjaulado como ellos.

El ritmo de las comidas traídas del exterior organiza sus días en la oscuridad de la mina. «Si no, no sabríamos cuándo es de día y de noche», asegura José Araujo, de 41 años. Y en los periódicos que les traen cada mañana siguen con atención la lucha de sus compañeros, que desde hace semanas manifiestan y cortan carreteras en un conflicto cada vez más tenso.

Pero en un sector en reestructuración desde hace más de 20 años, que vio la supresión de más de 40.000 puestos de trabajo, las dificultades ya no amedrentan, afirman. Los ‘ocho de Santa Cruz’, como les gusta llamarse, entraron en la mina como compañeros de trabajo. Veinte días más tarde son mucho más.

«Somos una gran familia», dice Alfredo. «Estamos muy unidos y nos damos fuerza, y al que está más triste le damos un abrazo», agrega Primitivo. Para mantener el cuerpo y la cabeza se aferran a la rutina. Todos los días caminan una o dos horas por las galerías desiertas, se duchan con bidones de agua caliente traídos del exterior, calientan la comida con un soplete para cortar hierro.

Pero no reciben visitas, ni disponen de entretenimientos como aparatos de música o DVD. «Esto es un encierro», explica Alfredo, y «no queremos que la gente piense que estamos de vacaciones».

Mientras tanto, en el exterior, sus familias retienen la respiración. «Les apoyamos con todas las consecuencias, al 100%», dice Ana Belén, la esposa de Primitivo. «La toalla no se tira para nada», agrega Ana, la mujer de Segundo Porto, aunque todas reconocen estar preocupadas. Les respaldaremos «hasta el final, hasta lo que sea, para bien o para mal», insiste Ana Belén. «Esperemos que para bien».

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