A Andrés Reyes R. y Ramón H. Mejía

A Andrés Reyes R. y Ramón H. Mejía

LUIS R. SANTOS
Siempre quise contar esta historia: estando en el Banco Central como ‘asesor’ de la gobernación propuse al gobernador de entonces que aprobara un presupuesto de un millón de pesos para apoyar un programa de becas para estudiantes meritorios de los liceos públicos. Me fue aprobado medio millón, y junto al departamento de recursos humanos y el departamento correspondiente de la Secretaría de Educación iniciamos el proceso de selección de los beneficiarios del programa.

Estábamos en noviembre del año 2000. Acabábamos de ganar las elecciones y había todo tipo de demandas a quienes familiares y amigos consideraban pegados. Particularmente, me propuse hacer un esfuerzo para ayudar a algunos jóvenes de escasos recursos de mi zona y que tuvieran la intención de superarse mediante el mecanismo más eficaz para combatir la pobreza, la educación. Así que, confiado en que mis relaciones y mi participación en la selección de los estudiantes que serían apadrinados por el Banco Central, busqué el dinero para que tres muchachos muy pobres, con excelentes notas, se inscribieran en la PUCMM. Cuando llegó la hora de seleccionar definitivamente a los estudiantes, los tres que propuse no fueron admitidos. Para rechazar mi solicitud, el comité, presidido por el entonces vicegobernador Luis Manuel Piantini y el director de recursos humanos, Miguel Escala, argumentó una serie de razones técnicas que no pasaban de subterfugios. Entonces me atacó la angustia. Le envié una carta al gobernador y como respuesta obtuve una explicación técnica del vicegobernador.

Acongojado, empecé a buscar alternativas. Fue así que un día me acerqué a Ramón Hipólito Mejía Gómez, el hijo de Hipólito Mejía y de Doña Rosa Gómez, y le pedí que por sus relaciones con la familia Rivera, me hiciera el favor de entregarle una carta a Tony Rivera, en la que le solicitaba que apadrinara a una estudiante de un campo de La Vega. Le conté la situación y Ramón Hipólito me dijo: no te preocupes, yo apadrinaré a esa estudiante. A partir de entonces, RH Mejía, la empresa de Ramón Hipólito, ha venido emitiendo un cheque todos los meses para el pago de la matrícula de esa estudiante.

Había resuelto un 33 por ciento del problema. Entonces pedí una cita con el entonces secretario de Educación Superior, Ciencia y Tecnología, Don Andrés Reyes Rodríguez. Planteada la situación, me envió con una tarjeta suya al departamento de becas de la institución. Un tiempo después, tras llenar los requisitos reglamentarios, los otros dos estudiantes, inscritos ya en el PUCMM con amenazas de tener que dejar la universidad por falta de pagos, fueron acogidos en el programa de becas de grado de la SEESCYT.

El día 11 de este mes, Rosalba y Wendy se graduaron de ingenieras industriales y Diego se graduará próximamente de ingeniero civil. Gracias al esfuerzo de varias personas, estos tres jóvenes han sido desmontados del tren de la marginalidad. Estas dos muchachas de seguro que no irán a formar una nueva familia con un motoconchista para seguir multiplicando la miseria. Diego aspirará a que sus futuros hijos tengan la oportunidad de formarse como él lo ha hecho, y así es como se rompe la maldita cadena de la pobreza.

En nombre de ellos y sus familiares quiero agradecer el gesto de Ramón Hipólito al erogar esos fondos para cubrir los gastos de Rosalba, algo que demuestra su calidad humana y su hombría de bien. Y la solidaridad de Andrés Reyes Rodríguez, que si bien cumplía con su deber, porque su intervención fue decisiva para que el sueño de estas dos familias humildes hoy sea una realidad.

Finalmente quisiera recalcar la importancia de la participación de los empresarios en el desarrollo del país. La contribución que Ramón Hipólito Mejía hizo para que esa estudiante se formara tal vez sea insignificante para él en materia económica, pero gigante para sus padres, por sus limitaciones. Pero si muchos imitaran este gesto, harían una gran contribución por su nación. En el caso del programa de becas de la SEESCYT, hay que alentar a las autoridades para que incrementen sus aportes a esa institución. Los gobiernos son muy dados a dilapidar fondos en estupideces que sólo sirven para complacer los caprichos de algunos y para enriquecer a otros, mientras que este tipo de iniciativas sí tienen un gran impacto en la sociedad necesitada del auxilio del Estado.

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