A Baby Mejía: desde todas las trincheras

A Baby Mejía: desde todas las trincheras

MARÍA ELENA MUÑOZ
(1 de 2)

El hombre lucha tenaz, desesperadamente en el más fiero, el más aguerrido, el más obstinado de todos sus combates. No por saberlo el del final de la jornada existencial, aquel que se libra entre la vida y la muerte: esta última que el había buscado, burlado y desafiado siempre; sino porque luchaba, por primera vez contra algo indetenible e intangible, que como el tiempo había sido indiferente para él, pero que ahora resumía el leimotif de su corta pero angustiosa agonía: eran aquellos minutos, que lo separaba de la medianoche, instante supremo que esperaba y que debía traspasar, no con las manos cargadas de uvas repletas de vida, como al final de cada año, sino con la ansiedad que le colocaba en el vórtice mismo de su postrer anhelo, la de hacer a la patria su última entrega.

Lo único que le quedaba. Aquellos huesos, sus restos mortales, en una fecha que reivindica la sigla del 1J4, de esa entidad que abreviaba, la sumatoria total de todas sus quimeras.

Nadie reparaba en la sutileza letal que le jugaba el destino a aquel que fuera en un tiempo mi compañero de vida, en tanto que esposo y padre de mi hijo Enrique; y el que siempre fue mi camarada de sueños. Es que el dolor al invadir irreverente los territorios del intelecto, desaloja el raciocinio hasta que un relámpago, en su espasmo de luz nos estremece, volviéndonos a la dura realidad. Fue lo que me sucedió cuando al ver la hora que anunciaba el nuevo día, divisé al final del frío y desolador pasillo de la clínica, la figura apesadumbrada de Fafa, otro, que como el yaciente, fuera un condiscípulo de la rabia; a quien estremecida le susurré: ¡Murió como vivió! Consecuente con sus ideales, se fue como quería, tras los umbrales nebulosos de un 14 de Junio.

Porque desde aquel inmenso verano del 1959, que partió como un rayo la historia en dos, un antes y un después de conciencias estremecidas; Baby en una actitud sólida, vertical, e irreductible, sin pasar facturas, ni negociar sus principios, jamás dejó de transitar por las provincias sublevadas de la utopía. Fue justamente en aquel inolvidable junio de insolaciones subversivas que yo le conocí, iniciando nuestro doble proyecto de ternura: el de la efectividad que nació y creció como el otro, en las trincheras estremecidas del sueño. Como aquellas primarias que se abrían en la estudiantina universitaria, en los desvaríos de las conspiraciones solapadas, único escape de los feroces promotores del silencio.

Sin embargo, en un principio yo no creía que él pudiera ser un convidado del fuego. Pues al juzgar por su figura, en tanto que, blanco, rubio, de grandes ojos verdes, más la natural recurrencia a los modales de su esmerada educación; delataban su procedencia clasista, oscilando entre la alta clase media y sus orígenes oligárquicos, que encajaban más bien en el marco del quehacer y la estética burguesa, que con los de las jerarquías reivindicativas populares. Pero en el tránsito hacia la amistad, al afecto, la complicidad subversiva; eran sus ojos en su verde profundidad los que revelaban su verdadera personalidad, como aquella que sugiere la pasiva dualidad del lago: Por encima, tranquilo y sosegado; y por debajo, cotidianamente estremecido por el ritual de las turbulencias marinas.

No obstante, la dualidad, la ambigüedad, como quiera que se presentase, eran hijas legítimas de la alineación imperante, y constituían más que un estilo de vida, una opción obligada, en tanto que mecanismo de defensa, en el contexto del despotismo deslustrado. Por eso era que muchas veces, en los solares de la efectividad, entre parientes, esposos, novios, etc. unos y otros se escondían las actividades antitrujillistas en las que participaban, no por desconfianza, sino como medida de protección, especie de seguro de vida contra la feroz represión reinante, puente inequívoco entre la cárcel, el exilio o la muerte.

Creo que fue por esa razón y quizás porque nos conocíamos de muy poco tiempo, que para mi constituyó una gran sorpresa el enterarme en febrero del 1960, que Baby se había asilado en la Embajada de Brasil con un grupo selecto de luchadores históricos, al descubrirse a principios de ese año, el Movimiento clandestino 1J4, creado para luchar contra la Dictadura. Lo mismo que el partió hacia las soledades brumosas del destierro sin saber que mi familia era víctima del régimen, pues mi hermano, Milito, por el mismo motivo, hacía tiempo se pudría impenitente en las ergástulas infernales del mismo.

A partir del 60 la ofensiva contra la tiranía se intensificó en todos los frentes tanto en el interno como en el externo: agudizándose tremendamente la represión, por lo que las cárceles se congestionaron de presos, fortaleciéndose además el exilio con el safari de asilamientos masivos que se siguieron produciendo después del citado más arriba. Mientras tanto en pos de su largo peregrinaje libertario, Baby se desplaza a Caracas y más tarde a New York incorporándose en ambas urbes a los movimientos que allí se organizan con el mismo encargo patriótico. En esta última ciudad es donde él recibe la noticia del hecho trascendental del 30 de Mayo de 1961, con el que se produce la decapitación de la tiranía, paso importantísimo en la lucha democrática; pero él y sus compañeros de aquí y allá, sabían que ésta apenas comenzaba; tema de otra entrega.

Publicaciones Relacionadas