A Bush se lo dijeron

A Bush se lo dijeron

FARID KURY
No creemos ni por un instante que la decisión de invadir Irak y sacar del poder al dictador iraquí Sadam Hussein nació con los desconcertantes y aterradores ataques del 11 de septiembre. Mucho antes de los aviones estrellarse en las Torres Gemelas y el Pentágono, ya Bush y sus radicales consejeros, Cheney, Rumsfeld y Wolfowiz, acariciaban la idea de entrarle a Irak.

El 11-S fue sólo un buen pretexto para la administración Bush expandir a sus anchas sus energías guerreristas. Empezaron en la Afganistán talibán, pero ese país era muy poca cosa. Se quería una guerra grande, de verdad, y esa era la de Irak. Pero no había pruebas que conectaran a Sadam Hussein con el 11 de Septiembre.

Voces calificadas se lo comunicaron a Bush, pero sordo a toda argumentación racional, les pidió que fabricaran, inventaran, las pruebas, porque había que darle una lección a Sadam.

No hubo forma de hacerle comprender que Osama y Sadam no se gustaban. Que eran adversarios. Que Sadam nada sabía de los planes de Osama. Que Irak no tenía armas de destrucción masiva y que tras la Guerra del Golfo de 1991 ya no constituía peligro ni para los países árabes ni para la seguridad norteamericana. La idea era invadir Irak y punto.

Muchos analistas, países aliados y hasta funcionarios de su propio gabinete y partido como el ex secretario de Estado Colin Powel, el único miembro de su gabinete que era un militar experimentado, o James Baker, el ex secretario de Estado en la administración Bush padre, un hombre de probado prestigio entre la élite política norteamericana, quisieron advertirle del peligro que entrañaba una aventura militar en Irak.

Una y otra vez le advirtieron que detrás de la caída de Sadam vendría el caos. No habría cómo establecer en Bagdad un régimen estable, respetado por los diferentes grupos religiosos y políticos, y en consecuencia, habría que durar mucho tiempo en Irak, lo cual contradecía el patrón de ocupaciones rápidas, y además sería costoso y peligroso porque morirían muchos soldados norteamericanos.

Desechadas esas advertencias y acogidas las que estimulaban su alma a la guerra, Bush ocupó Irak y en sólo días derrocaron al régimen y obligaron al dictador a huir. Luego vimos la espectacular operación estilo Hollywood de su captura en un pequeño agujero y su posterior ahorcamiento a modo de ejemplo para todos el que osare enfrentar el poderío norteamericano.

Pero, tal y como se lo advirtieron, ahora es que esto está complicado. Los iraquíes temían a Sadam pero no temen a los gringos. Ahora el sentimiento anti-norteamericano es mucho mayor y la resistencia a la ocupación crece cada día. La anarquía y la inestabilidad se han generalizado y ya es imposible imponer la ley y el orden. En definitiva, Irak se hunde en el colapso.

Hay una diferencia entre cambiar un régimen y destruir un régimen. El régimen de Sadam fue destruido, barrido, pero lo que vino fue un vacío de poder, generador de caos y destrucción. No hay seguridad. No hay autoridad. No hay servicios. Solo hay guerra y sangre. Los norteamericanos sacaron del poder a Sadam pero precipitaron el país a la guerra civil y a la guerra contra la ocupación.

Era previsible el caos. Bush, sin embargo, no quiso preverlo ni cómo remediarlo. Sólo confiaba en su demoledora tecnología y en su superioridad. Pero Bush y su equipo no conocen la mentalidad árabe.

Viví en el mundo árabe 12 años y les puedo asegurar que un árabe puede ser vencido, derrotado, humillado, pero nunca sometido. Los árabes son un pueblo cuyo espíritu combativo crece con la derrota. No les preocupa mucho los muertos ni el tiempo que pueda durar una guerra de resistencia. Lo que en definitiva no aceptan es ser sometidos.

Han muerto muchos norteamericanos y muchos, muchos iraquíes. Pero por ahora no es previsible que retorne el orden, y menos un orden al estilo norteamericano. Mientras Bush y su gente no comprendan la situación verdadera, la guerra será el pan de cada día. En Irak ninguna ocupación ha tenido éxito, y ésta no será la excepción. Los gringos en Irak sólo tienen una opción, y es la que en definitiva se impondrá: salir rendidos, derrotados y con el rabo entre las piernas. Y otra cosa: mientras más rápido, mejor para ellos.

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