A Chávez, con cariño

A Chávez, con cariño

CHIQUI VICIOSO
Los errores de los dirigentes los pagan las masas de manera terrible. Los de una izquierda que no se unificó en Chile costó no solo la vida de Allende, sino 28,000 torturados y más de tres mil muertos.

La senilidad de Perón y su rechazo al peronismo progresista unos 30,000 muertos. La ingenua creencia de Don Juan en la institucionalidad militar: la Guerra de Abril. Los errores no exoneran a la CIA y su incesante labor en todos los frentes, desde el financiamiento de ejércitos mercenarios (hay 83,000 mercenarios solo en Irak, y a nadie se le olvida la Contra), hasta movimientos de amas de casa de las clases media y alta que de momento descubren que la cacerola sirve para algo más que cocinar.

Acabamos de conocer los resultados del último referendo en Venezuela, que afortunadamente no son irreversibles, pero preocupan porque un revés de las fuerzas progresistas en la República Bolivariana lo sería para toda América, y porque hay equivocaciones, como las que aparenta estar cometiendo Chávez, que ponen en juego la vida de millares de personas, y que a mi entender son fáciles de resolver.

Creo que Chávez es un prototipo del hombre popular de nuestros lares. El andino y el sureño son más reservados y calculadores, como lo acaba de demostrar Uribe, un hábil neo-liberal que aprovechó la coyuntura internacional para negarle a Chávez la victoria de la entrega de los secuestrados por la FARC. Chávez es espontáneo, emotivo y bueno. Lo he observado con detenimiento en el trabajo incesante que realiza con los grupos populares y su paciencia con ellos es infinita. El pasado «Día de la Raza», lo ví en la frontera con Colombia, que los indígenas de ambos lados no reconocen como válida. Allí habían seleccionado a un niño para que cantara y tocara una canción que él mismo había compuesto. El niño estaba nerviosismo, se atragantaba, y Chávez lo rescató. Primero conversó con él, lo calmó y luego sujetó el micrófono para que pudiera cantar  sin prisas  su canción. El niño estaba radiante.

Si la magia existe, cosa que Haití me ha hecho dudar, Chávez es un hombre protegido por los Dioses, porque vi a los brujos de ambos lados rociarle la cabeza, soplarle humo en todo el cuerpo, tocarle una especie de maracas, y luego ponerle collares y abalorios en el nombre de sus Dioses. «Son Dioses derrotados» dijo uno, pero  esos Dioses han sobrevivido dos mil años de «civilización».

¿Qué es lo que hace a Chávez tan detestable para cierta clase intelectual venezolana, más allá de sus reformas políticas, las cuales evidentemente afectan sus intereses de clase?

Yo diría que su ingenuidad. He visto a Chávez describir paso a paso su descubrimiento de Antonio Gramsci y sus «Cuadernos de la cárcel», como si a todo el mundo le interesara su evolución intelectual. Y he visto el fastidio de intelectuales, aun de izquierda, que exclaman: ¡Oh no, a estas alturas con eso! pero es que quien habla es un hombre popular deslumbrado que se dirige fundamentalmente a la gente popular.

Lo he visto entregar partidas de fondos para el arreglo de las casas de los indígenas, la electrificación, el cultivo de maíz y frijoles, pero lo hace a sus dirigentes tradicionales no a los alcaldes ni a los gobernadores, y lo he visto interesarse por la salud de una población que nunca vio a un médico, que enterraba a sus niños y mujeres, y ahora cuenta con galenos «Guevaristas» aún en las aldeas más remotas, algo que ciertamente le ha ganado la animosidad de una clase médica que nunca se acercó a barrios marginales, campos y cerros.

¿Qué debe aprender Chávez?

Que los procesos se hacen, no se proclaman, y que son los hechos, no las palabras (que en un discurso nunca deben de exceder una hora si es que ha de haber aprendizaje real) los que cuentan, es decir, un Presidente que ha ganado once referéndum y ha derrotado al enemigo con sus propias reglas, no tiene necesidad de modificar el proceso eleccionario aunque sea una costosísima farsa. Que lo que hace a Bolívar tan vigente hoy en día, es que sus palabras tienen el peso de sus victorias, porque las palabras, a fin de cuentas son solo munición para una guerra mediática donde, por suerte, la guerra no la ganan las televisiones.

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