Una foto con Agustin Lara y Salvador Sturla; otra cantando una de sus canciones favoritas; la tercera, siendo maquillado para una representación del Quijote de la Mancha en la entonces Universidad de Santo Domingo.
Son imágenes del artista Tony Vicioso, poeta y bohemio, escritor y dibujante, compositor con voz de crooner y largura de palabras tristes, músico renacentista que tocaba el piano, el contrabajo, el ukelele y el armonium, fallecido en un accidente de aviación el 5 de agosto de 1955, mientras acompañaba a un fotógrafo de la revista
Life, enviado para cubrir la inauguración de la entonces Feria de la Paz y el Mundo Libre.
Fotos de un tiempo que ya no existe, de una ciudad que sólo permanece en la memoria de los capitaleños de la vieja Ciudad Nueva. Ciudad de serenatas, guitarras, poesía y ensueño. Ciudad de bohemios tristes buscando en el malecón la salada libertad de los naúfragos.
Con su mirada de oriental y utilizando el seudónimo de Diódoro Daul, cuenta su amigo el artista Ramón Lacay Polanco, que Tony Vicioso era inquieto de alma y cuerpo. De niño confeccionaba hermosos papalotes que llenaban de admiración a la muchachada de la Cueva de las Golondrinass y el malecón aledaño. Ya más crecido, se dedicó a la pintura y por su obra Vértigo viajó a los Estados Unidos, donde permaneció durante un año. En 1942, gana el Premio en Prosa con su cuento Guazábara, publicado en el folleto del Círculo de Bellas Artes, y se llena de emociones como una vela inflada de viento. Escribe crónicas novedosas, poemas de corte moderno, relatos interesantes. Conversador infatigable hablaba inglés y francés y portugués, y bailaba el tap y se sentía snob, con su americana de cuadros y su bufanda, su pipa marinera y su andar citadino, para espantar al burgués y dejar en la noche otra serenata melancólica y otros versos de amor.
Formado en Diplomacia, contaba su padre que nunca fue nombrado en el servicio exterior, donde como Neruda se hubiera convertido en punto de convergencia de pintores, músicos, poetas y teatristas, si no hubiera desafiado a Trujillo sacando a bailar a su mejor amiga, a quien uno de los proxenetas del tirano había sentado en su mesa. Ese gesto le costó no solo un promisorio futuro en el cuerpo diplomático sino también su destierro a Manzanillo, donde (por su dominio del inglés) pasó a ser el asistente del presidente de la compañía.
Los Montecristeños pronto se acostumbraron a su alta y quijotesca figura, y a sus noches de bohemia en la tertulia de los hermanos Isidor, por donde desfilaron los poetas y guitarristas de la época. En las calles polvorientas de esa ciudad todavía está la casa-pensión El Pájaro Lindo, donde se refugiaban los capitaleños que trabajaban en la Grenada Company, esperando las cartas de sus novias y sus poemas furtivos y generalmente cursis, excepto los de María Serena, la joven y bella poeta Santiaguera que había conquistado su multitudinario corazón.
Con su entrañable amigo Blas Carrasco, y su compadre y hermano Amable Frómeta, formó uno de los tríos musicales más avant garde de su tiempo. Sus canciones aún hoy son catalogadas por los músicos como de extrema avanzada, por los súbitos giros en la armonía; la influencia de los Blues y del Fox Trot y sobre todo la lírica:
Poeta por los cuatro costados, los principios de lo que podría considerarse como su estética se pueden deducir de su correspondencia con su padre, el también escritor y periodista Juan Antonio Vicioso, alias Diódoro Danilo, a quien le dice en una carta fechada 20 de agosto de 1947, en Montecristi, lo siguiente:
«Después de celebrar sonriendo las expresiones de tu última carta en cuanto a poesía se refiere, me permito contestarte con algún asunto lo que desde tu góndola interpretas tan simpáticamente: Poesía no es el arte de hacer versos, esto es: Versificación…. De acuerdo con tu sentido del arte poético Lamarche es el mejor poeta de América. En poesía como en Química, hay que distinguir la Mezcla de la Combinación. Si escribiéramos como Lope de Vega, no hubiéramos pasado de la «Niña Boba» y estoy, completamente seguro de que ante Goethe, nuestro Lope es un «niño de teta». Saber rimar versos perfectos de acuerdo con las normas preestablecidas no es hacer poesía. Yo escribo un soneto bajo el tema que cualquiera elija en exactamente diez minutos…
Para el poeta el paisaje es la gota sola, o lo anterior al ala que dibuja el vuelo en la página discreta del firmamento. Una hoja seca en cualquier parte es el símbolo de la vejez en la historia de un árbol por cuya sombra desfilan caravanas de anhelos. Un pedazo de mar el espejo simple de unas alas en viaje de nácar y crepúsculo. El poeta encuentra la huella del filo de la herida y lo mismo se reclina entre los aromas de unos pechos, que acaricia con ojos de campesino el lomo distante de un cerro que a su anhelo se revela una bestia dormida. Pero todas estas cosas se conjugan en presente, después de muchas aventuras de insomnio…Somos los luteranos de la simple fotografía y decimos sin miedo que la tarde encinta aborta la noche. Cosas absurdas y bellas para los que afinan su tiempo en tono mayor de caminos»
Y concluye: «Los que tengan ojos para ver que vean, los que tengan oídos para oir que oigan». «Yo diría los que tengan ojos para ver que sueñen».
¡Oh poesía,
¿En donde tu país de jóven melancolía?
¿Dónde tu ancianidad de palabra siempre?
Anunciando: «Imagínate si entre años de éxodo yo habré escrito. Tengo cuatro libros terminados, pero no me interesa el darlos a la luz en un medio tan agrio como el nuestro, ajeno a las cosas del corazón e irresponsable en la valoración positiva», adelantándose, como siempre, a su tiempo ignorante de que el Cosmos sólo le había concedido una permanencia entre nosotros de 38 años.
Este cinco de agosto se cumplen cincuenta años de la muerte del poeta Tony Vicioso, un bohemio de El Conde que se despidió, sin saberlo, afirmando que «sigo esperando, eso no cuesta nada; vivo mi lejanía y, sonrío a veces pensando que aún florecen flores de papel en los voladizos soberbios del edificio emocional del mundo».