Todo eso está bien: expandir la alimentación escolar, inversión básica para garantizar la nutrición a veces deficitaria nutricionalmente en hogares de estudiantes de escasos recursos; suministrarles textos. útiles, uniformes, transporte y tandas extendidas. Complementos para el objetivo central de elevar la calidad docente, ceñirse a los programas de aprendizaje sin interrupciones por insensateces sindicales y seguir dando batalla contra el déficit de aulas que no se justifica por la abundancia presupuestal que permitiría tener más escuelas que bancas de apuestas y barras licenciosas.
Admítase que el país sigue en riesgo de no asegurar la capacitación para una vida productiva de suficiencias a un sector numeroso de jóvenes de extracción humilde que van hacia el futuro con muchos de ellos a enfrentar el desafío de unos tiempos plagados de innovaciones tecnológicas y fórmulas de producción que exigen habilidades que todavía no predominan con masivo alcance.
Más de diez años con la conquista del 4% de escaso auspicio al funcionamiento más que satisfactorio de los centros educativos del sector público aun cuando se reconozcan recientes aciertos de gestión y se perciba más que antes la voluntad por superar los males de un prolongado lapso anterior. Es señal esperanzadora que el Estado apoye instituciones privadas acreditadas por su apego a métodos de enseñanza que garantizan rendimiento, prestos a acoger alumnos que no caben en planteles públicos y operando lejos del luchismo que vacía las aulas y las inutiliza para objetivos de las prioridades nacionales sobre ambiciones sectarias.