La educación es el desarrollo en el hombre de toda la perfección de que su naturaleza es capaz”. Enmanuel Kant
Ayer lunes inició el año escolar. Además de todas las implicaciones que año tras año tiene esta fecha para el país, para el sistema educativo, para los alumnos, para los padres y para los profesores, este año tiene -o debería tener- un significado especial, por lo que representa la aplicación del 4% del producto interno bruto a la educación.
La construcción de nuevas escuelas con diversas áreas; las escuelas de tanda extendida y los cambios naturales que deberán darse en el currículo, inician el proceso de transformación de lo que aspiramos sea la revolución de las mentes de la juventud dominicana, no solo para alcanzar un título, sino para estar conscientes y empoderados de lo que representan para la sociedad en que viven y la que desean; para la comunidad en la que se desarrollan; para el núcleo familiar al que pertenecen, pero sobre todo, para sí mismos.
La consciencia de ser, de existencia y del valor de la misma debe estar en cada uno de los jóvenes que participan del proceso formativo, no por participar, sino por ser, por la fuerza interior que bulle en aquel que busca la perfección, aun cuando esta pueda evanescerse.
Pero hay un compromiso vital de los padres, de los maestros, del sistema educativo entero en hacer que ese fuego que arde en la juventud no sea apagado con sesiones de aburrimiento, desconocimiento, supremacía del profesorado sobre el discente, sino poniendo al estudiante en el centro mismo del proceso. Sin él, nada tiene sentido.
Es necesario que la escuela no solo “mire” a la comunidad en la que se inserta; es vital que se integre a ella y la transforme y no como hasta ahora, en la que la escuela solo sirve para replicar las fallas que se originan en la comunidad en la que existe.
¡A clases!