A confesión de parte…

A confesión de parte…

RAFAEL TORIBIO
En el quehacer político nacional se ha hecho tradicional, pasando a formar parte de la cultura política, procedimientos y comportamientos que erosionan el sistema político, la democracia y sus instituciones fundamentales, así como a la política y a los políticos. Lo lamentable y preocupante es que esta degradación proviene, últimamente, de los propios partidos políticos. A quien hace una crítica, formula una demanda o propuesta lo normal es que se le responda de inmediato con la descalificación para hacerlo, que puede ser moral o política. Esta estrategia parte de entender que si se descalifica el proponente no hay porqué discutir lo que ha propuesto. Si se descalifica a quien propone no hay razón para ponderar el mérito de la propuesta. Otro recurso ampliamente utilizado entre nuestros políticos es lo que se ha llamado «la argumentación del canalla».

Se pretende justificar lo malo que se hace porque en otras ocasiones otros lo hicieron, especialmente quien hace ahora el señalamiento. La atención trata de desviarse de lo incorrecto de lo que se hace ahora para centrarla en que otros lo hicieron igual. Ser tan canalla como otros se presenta pretende ser justificación de lo que incorrectamente se hace.

Otros han preferido escudarse de una acusación recurriendo al pasaje evangélico de que «el que esté libre de pecados que tire la primera piedra». Se piensa que si todos aceptamos que somos culpables, nadie puede considerarse, o ser considerado inocente, por lo que sería injusto entonces que se le reproche lo que los demás hacen.

Frente a las demandas de alguna voz desde la sociedad civil más de un político ha proclamado que a esas voces se les debe escuchar, pero no hacerles caso y que si quieren que las cosas se hagan de manera diferente lo que tienen que hacer es transformarse en partido político, llegar al poder y entonces hacer lo que le venga en gana.

Como en la democracia la alternabilidad en el poder implica que quien está en la oposición puede ser gobierno, y viceversa, se considera que no es recomendable criticar u oponerse a lo que hace el gobierno de turno, sobre todo si se aspira a hacer lo mismo cuando llegue al poder, a no ser que esté dispuesto a soportar las críticas que hoy realiza.

Ejemplos de la aplicación de estos «principios» de la política vernácula hay a montones.

La violación a leyes que establecen un porcentaje del presupuesto o del PIB para renglones establecidos como prioritarios, es práctica de todos los gobiernos. El incumplimiento de la Ley de Servicio Civil y Carrera Administrativa ha sido la norma de todos los partidos que han llegado al poder.

El desconocimiento de la facultad constitucional del Congreso para aprobar préstamos se pretende justificar porque gobiernos anteriores hicieron algo similar. Se permite que la autonomía presupuestaria de ciertos órganos del Estado sea utilizada para que sus máximas autoridades se fijen las remuneraciones que estimen conveniente, contraviniendo tanto disposiciones legales como principios éticos y morales, porque otros lo hicieron en su momento.

Recientemente los partidos mayoritarios en su campaña electoral a destiempo han hecho saber a la ciudadanía, sin ningún tipo de rubor, y parece también sin medir las consecuencias, que son iguales en lo malo que son. Ante la crítica se justifica lo malo que se está haciendo porque otro lo hizo. Se descalifican mutuamente aduciendo que lo que ahora se critica fue practicado y que quien llegue al poder lo seguirá haciendo.

Desde hace tiempo la ciudadanía ha percibido que no hay diferencia ideológica entre los tres partidos mayoritarios y que son parecidos, o casi iguales, en lo que ofrecen y en lo que hacen desde el poder. Que al ser experiencias políticas conocidas tienen pocas posibilidades de ofrecer, con visos de ser creídas, ofertas nuevas y que han usado el poder del Estado para favorecer, en primer lugar y de manera descarada, a los militantes del partido ganador de las elecciones.

Pero ahora la descalificación no proviene de la sociedad civil o de sectores que propugnan por el desplazamiento de los partidos, sino que son los propios partidos los que se auto descalifican. Son ellos mismos los que proclaman que son iguales en lo mal que ejercen el poder conferido en las urnas por la ciudadanía.

Cuando se llega a esta situación, es seguro que algo tendrá que pasar. La cuestión está en saber si se renuevan o serán ser desplazados. Creo que a partir del 2008 lo sabremos.

rtoribio@intec.edu.do

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