A Cuchito: Desde mi corazón

A Cuchito: Desde mi corazón

Cuchito merece que le tributemos los más encendidos honores póstumos que se le pueden adjudicar a un amigo, a un ciudadano y a un excelente comunicador. De hecho, creo que se han agotado todos los adjetivos que se pueden emplear para calificar las prendas personales que contiene la hoja de vida de Mario Álvarez Dugan. A diario aparecen emotivos testimonios de distinción, reconocimiento y aprecio a Cuchito.

Su modestia no fue una pose, sino una condición consustancial con su carácter. Tenía un fino tacto y una especial naturalidad para abordar las personas que constituían posible fuente de noticia; era directo y franco en la búsqueda de la información, labor a la que dedicaba las 24 horas del día, por eso los medios que él encabezó hacían gala frecuente de primicias. Cuchito tenía una memoria prodigiosa, era respetuoso de la conducta ajena, nunca denostaba a nadie, ni en público ni en privado, y algo muy esencial: nunca subordinó su trabajo a intereses espúreos ni a caprichos personales.

Con los profesionales de su clase era abierto, sencillo y sincero, todos los apreciaban y admiraban con respeto. Alrededor de su escritorio propició la confrontación de una amalgama de temperamentos, opiniones, ideologías e informaciones. Su peña semanal era una tertulia que servía de fuente noticiosa y de intercambio de informaciones. Cuchito manejaba esa tertulia con incomparable humor, salpicándola con pintorescas ironías. Nadie quería faltar a este encuentro.

Quiero que estas cuartillas sirvan de testimonio de aprecio a la memoria de un gran amigo, una amistad de más de 35 años, que se afianzó más cuando yo escribía en El Caribe la columna “Su corazón y su salud”, por los años 1975 al 1980. Cuchito me animó a escribir al decirme, en una ocasión, que cuando yo decidí dedicarme a la Medicina las letras habían perdido un escritor. Aparte de nuestra relación de amigos hubo una estrecha relación médico-paciente. Cuchito tenía mucha confianza en mí como médico, fruto del afecto y de situaciones difíciles que él tuvo que sortear con su salud. Frente a esa confianza respondí con un alto grado de conciencia de lo importante que era su valiosa existencia.

Vi a Cuchillo tipeando su Olimpia, con sus dos índices, como de costumbre, cuando escribía en la clínica su última Coctelera, dos semanas antes de su muerte, en un esfuerzo supremo por mantener la comunicación con sus lectores para que no extrañaran su mensaje mañanero a través del cual, con su talento y su peculiar manera, trató de dejar una huella positiva en la construcción de un país mejor.

Cuchito me expresó muchas veces su orgullo en el personal de su periódico, una plantilla capacitada, confiable y seria para dirigir e informar, con objetividad, imparcialidad y honestidad el diario HOY. Unos de los rasgos que más admiré en Cuchito fue su profundo amor a su familia y su alto sentido de la amistad. Mi condolencia y consuelo a Matilde, su abnegada compañera, a sus hijos Jaime, Emil, Mario, nietas, nietos, nueras, cuñadas y demás de su entorno familiar. La tierra cubrió tu cuerpo, pero los brazos de Dios se abrirán para recibir tu alma. Adiós… Cuchito. Te echamos de menos.

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