A Dios lo que es de Dios

A Dios lo que es de Dios

El padre Lucas Leffler acababa de llegar de Canadá. Aludió a ello a propósito del evangelio de san Mateo, en ese domingo veintiocho del tiempo ordinario. En este ciclo hemos seguido a Jesús a través de este discípulo suyo, antiguo recaudador de impuestos. En ese texto se recordaba el instante en que unos fariseos tienden una celada al Señor. Le han mostrado un denario y le preguntan si es lícito para ellos el pagar impuestos al emperador romano. Jesús, mientras lanza una invectiva sobre los mismos, toma la moneda.

-¿De quién son este rostro y este nombre acuñados en ella?

-¡Del emperador! respondieron los taimados.

-¡Pues den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios! dijo Jesús.

La Suprema Corte de Justicia (SCJ) no había dictaminado hasta esa fecha sobre el recurso de inconstitucionalidad ejercido por una organización evangélica. El sermón del padre hizo referencia a todas las lecturas bíblicas presentadas a los feligreses en aquella noche. Concentró sus palabras, empero, en el fragmento del evangelio. En su Canadá natal, Iglesia y Estado marchan por separado, aseveró. Y sin embargo de ello, se relacionan armónicamente. No podía ser de otra manera.

Perfiles de indoblegable fanatismo no le quedan al mundo sino en sectores islámicos. Y aparecen además, como espigas de cizaña, entre algunos cristianos, esparcidos a un lado y otro de nuestras adhesiones a Dios. Sobre todo en naciones con taras mentales causadas por inadecuada alimentación o distorsiones en los esquemas educativos. El cambio es indispensable para que el ecumenismo se torne cultura, y para que un reencuentro de los cristianos fortalezca la fe en Jesús.

Tras la bendición y despedida de la misa, pensé en Joaquín Balaguer. Corría el año de 1967 cuando un pastor adventista de apellido Polanco nos visitó. Lo conocimos en nuestra niñez. Mis padres tenían negocios en las cercanías del templo adventista que se encuentra en la avenida Mella. Pasaba siempre por nuestra casa, mientras se encaminaba a sus celebraciones, y se detenía para conversar con nosotros. Adultos nosotros, Presidente Balaguer desde 1966, acudió de nuevo a nuestras puertas. Deseaba que a los adventistas se les otorgasen facilidades para la importación de equipos para sus instalaciones religiosas y educativas.

Transmití la solicitud al Presidente Balaguer. “¿Y quiénes son?” “Adventistas del Séptimo Día”, dije escuetamente. Como permaneciésemos en silencio durante un rato, pretendí ofrecerle información sobre ellos. “Son…” Interrumpió sin que lograse decirle nada, pues aseguró saber de ellos. “¿Y por qué no? ¡También son cristianos!”. E impartió instrucciones para que el Departamento de Cultos otorgase a esa expresión de fe en Dios, las facilidades pedidas.

Para que el ecumenismo no naufrague en el palabrerío de estos tiempos, tal vez conviene acercarnos de alguna manera. Y ahora, en este instante, escuchar a los evangélicos que piden que se dedique un día de guardar consagrado en nombre de ellos. Después de todo, no es para ellos. También hemos de verlo como otra expresión de la fe en Dios y en su hijo Jesús.

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