¿A dónde iremos a parar?

¿A dónde iremos a parar?

Cada cierto tiempo uno oye a gente que añora a Trujillo o al recuerdo de Trujillo, porque eso se acabó hace medio siglo. Y cuando uno oye esa nostalgia, la acción reflejo es invocar la sangre de tantos patriotas que ha abonado la democracia. Y gallaretear otra vez que sólo la democracia ofrece garantías como la libertad, el respeto a los derechos humanos y el imperio de la ley.

Pero parece un chiste malo. Formalmente, prefiero la democracia, aunque su resultado sea sólo políticos enriquecidos sin causa legal y la posibilidad de desgañitarse denunciándolos.

Aborrezco las dictaduras. Sin embargo, hay que entender esta creciente nostalgia por Trujillo. Quizás sirvan preguntas tontas.

¿Recibe hoy cualquier familia de clase media baja la misma posibilidad de educación pública o garantías de asistencia médica en un hospital público, como la había hace sesenta años?

¿Posee hoy el dueño de cualquier solar o finca más garantías de que su derecho a la propiedad privada será respetado?

¿Se atreve hoy cualquier ciudadano con patrimonio a depender para su seguridad sólo de la Policía, para su suministro de electricidad sólo de las redes públicas, para recibir agua sólo del acueducto, para que se lleven la basura sólo del ayuntamiento? ¿Podría prescindirse hoy de los guachimanes, de las plantas o inversores, de las cisternas o tinacos o del camioncito que “ayuda” a llevarse la basura?

¿Existe hoy, como hace sesenta años, alguna identidad de propósito en cuanto a qué es el bien común, entre los dominicanos de clase media alta que educan a sus hijos en inglés y los más pobrecitos que malviven a la orilla del Ozama? ¿Podrían dos niños de esas dos familias encontrar de qué conversar, cómo jugar juntos? ¿Querrían hacerlo? ¿Tienen alguna coincidencia acerca de sus respectivas ideas de qué es su país?

¿Se atrevería la doña a caminar sola entre las “calles” de algún barrio, a cualquier hora? ¿Hay hoy menos asesinatos que hace sesenta años? ¿Hay hoy más violencia en las calles que hace sesenta años? ¿Por qué hay tantas urbanizaciones, no sólo de ricos, con acceso restringido por portones vigilados?

Quizás lo único que comparten los dominicanos de todos los estratos sociales es la curiosa nostalgia de un país con orden, con respeto a la ley, con servicios públicos eficientes, con seguridad en las calles. Tristemente, añoran a Trujillo.

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