¿A dónde van los jefes de policía cuando mueren?

¿A dónde van los jefes de policía cuando mueren?

Existe bastante acuerdo en contra de los excesos policiales, incluso la propia Policía ha publicado su “Manual de Procedimientos para el Patrullaje Policial”, sumamente correcto e idóneo. Pero, en la realidad, parece que los policías,  oficiales y rasos tienen otras opiniones y prioridades.

La Policía es definitivamente  impopular y goza de muy poca confianza de parte de la ciudadanía.

No obstante, dicha institución es la que aporta más vidas (léase  muertos), de sus propias filas  y del pueblo llano,  culpables e inocentes, a la lucha contra la delincuencia y por el orden público.  Mientras tanto, los privilegiados de esta sociedad, es decir, nosotros, los buenos y decentes,  nos beneficiamos de esa seguridad precaria, por cierto, obtenida  a precio de sangre, sin que asumamos el costo cabal de una verdadera solución.

El gobierno y los poderosos saben: a) que la delincuencia es mayormente el resultado de la inequidad social; b) que el diseño de nuestra institución policial corresponde a países de menores índices de injusticia social y de criminalidad);

 c) que la Policía no cuenta con los recursos técnicos ni humanos necesarios; y d) que los excesos policiales no son cuestión psicológica o de que de que el jefe de turno sea buena o mala persona.

Resulta chocante, pues, que líderes políticos y de opinión del país se alternen en discursos que en una ocasión exigen mano dura y luego demandan respeto a los derechos humanos, sin comprometerse jamás con soluciones de fondo. Creándose un círculo vicioso de alternancia de un jefe policial “mano dura” con un jefe “civilista”, sin que se llegue a precisar qué es lo que exactamente se espera de ellos, cayendo los jefes policiales, a menudo, en la trampa de creer en el apoyo ambiguo y capicúa de autoritaristas y falsos civilistas; o peor, conociendo la farsa y contribuyendo a ella, se dediquen a lucrarse de los “proventos” de la coima y la extorsión.

Sin que se busquen soluciones verdaderas al problema de la policía ni al de la delincuencia.  Mientras “los buenos” seguimos durmiendo con nuestras conciencias tranquilas, pensando que esos policías malos irán por lo menos al purgatorio, no importa que ya hayan sido castigados con pésimos salarios, harto desprecio ciudadano, y todos los rigores de sus funciones, especialmente, persiguiendo delincuentes y muriendo cada día, primero, de miedo y,  luego, en los intercambios de disparos. Siendo, en verdad, los únicos asalariados del gobierno que mueren en ejercicio de sus funciones (cometiendo excesos o no).

Los soldados,  cuando mueren  combatiendo por la patria, van a la gloria.

Según algunos que se creen muy justos, los policías, cuando mueren van ¡de nuevo! al infierno.

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