A elección de David

A elección de David

PEDRO GIL ITURBIDES
Muchas veces discrepan las selecciones que hace Dios de las que hacemos los seres humanos. De la elección que les hablaré se deduce cuán distintos suelen ser los caminos del Señor de los nuestros. Sobre todo, como es tesis de la antigua ley en el pueblo de Israel, cuando los seres humanos olvidamos las leyes del Creador.

Que no por resumirse en un decálogo son complejas ni complicadas. Porque como dijo Nuestro Señor Jesucristo, todos los mandatos se resumen en uno, que se explica en que debemos amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como nos queremos a nosotros mismos.

Ocurre que Saúl, que había sido consagrado rey de su pueblo, se indispuso con el Creador. Dios, por consiguiente llamó a Samuel, que lo había ungido, y le pidió que buscase sustituto entre los hijos de Jesé de Belén. Samuel se encaminó hacia esta comunidad y al llegar a la casa de Jesé le explicó su encomienda, luego de cumplir con un oficio religioso. Entre los presentes se hallaba la familia de Jesé, y, entre éstos, sus hijos. Samuel, que divisó a Eliab, se dijo “éste es el elegido”.

Dios le dijo a Samuel que no era Eliab el elegido. De este modo fueron presentados todos los hijos de Jesé ante Samuel, de igual modo que en tiempos posteriores se han presentado ante nosotros los elegibles. Ante el profeta vino Abinadab, y llegó Samá, y así cada uno de los siete vástagos. Pero Samuel, que ya tenía un perfil del candidato, fue rechazando a unos y otros.

¡Tremendo inconveniente para Samuel! No tenía duda alguna, pues escuchó con claridad el mensaje del Señor, en el sentido de que el elegido estaba entre los hijos de Jesé. Y sin embargo de la prenunciación, ninguno de los presentados a él motivó la señal de asentimiento de Dios. El perfil, por cierto, no era complejo ni complicado, como no son las leyes del Creador. “Tu miras la apariencia y contemplas la estatura”, le dijo Dios a Samuel. “Yo, en cambio, miro a su corazón”.

Sorprendido sin duda, cuestionó a Jesé.

-¿Y acaso no tienes otros hijos?

Más perplejo sin embargo, quedó el padre, pues acababa de hacer desfilar a todo cuanto valía la pena en su casa, según el veleidoso criterio humano. Con voz que reflejaba tanta duda como inseguridad, respondió:

-¿Otros? Bueno, tengo otro. Pero es el más pequeño, que cuida las ovejas.

Dios quiere que nos conduzca una persona de corazón. Una persona que no entre al aprisco por la puerta trasera, y que sea capaz de defender a sus ovejas. No que trabaje para diezmarlas. Por ello, cuando Jesé llamó a David y Samuel alcanzó a verlo, escuchó en su conciencia la voz del Creador.

-¡Ése es! ¡Levántate y conságralo!

¡Ay, si pudiésemos ser avisados de igual manera! ¡Qué distinta sería entonces la vida de la Nación!

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