Yo creo que para nadie es fácil comenzar un año nuevo. No es un secreto que todos, aunque lo disimulemos, sentimos un friito en el corazón, porque definitivamente lo desconocido inquieta y el no saber qué nos traerá el año nos llena muchas veces de miedo y angustias.
Sobre la celebración de un principio de año se cierran también los recuerdos de las fiestas del tiempo navideño. Tiempo festivo, con los niños en vacaciones y los mayores disfrutando de algo de tiempo libre que nos rescata coyunturalmente de las obligaciones de nuestros trabajos. Es como si todos estos eventos gozosos desearan espantar todos nuestros miedos, como si estuviéramos en una especie de seno materno en donde las gentes se empeñan en ofrecer felicidad: ¡Feliz Año Nuevo! ¡Felices fiestas! Gritos para espantar esos “ruidos” que pueden rodearnos y que, sin duda, surgirán a lo largo del año.
En estas fechas nos hace mucha ilusión empezar algo nuevo, mucho más si aspiramos a hacer algo totalmente distinto a lo que hacíamos hasta ahora, pero el miedo nos paraliza, y no podemos olvidar que hoy más que nunca, los cristianos debemos convencernos de que no podemos ser cobardes, ni miedosos.
Tenemos que dar la batalla hasta que exhalemos nuestro último aliento. Tenemos que ser personas capaces de enfrentar la prueba y de vencerla, para eso, Dios nos ha dotado a cada uno con talentos y capacidades especiales, y lo importante no es superar el miedo sino seguir adelante a pesar de él, porque el miedo siempre estará ahí.
Es vital tener muy claro las razones por las que hacemos el cambio o aspiramos algo, para que en nosotros, éste, sea el motor. Para hacer lo que de verdad nos apasione, para tener el estilo de vida que siempre hemos querido, y para demostrarnos a nosotros mismos algo. Que nuestra razón supere todos nuestros miedos, que sea el motor que nos impulse cuando no tengamos fuerzas.
La natividad de Jesucristo se ha identificado, desde hace tiempo y hasta hoy, como una oportunidad de cambio, un impulso de renovación. Por eso, estas tradiciones promueven la transformación del hombre en armonía con la naturaleza, nos indica entre otras cosas, que somos producto de una dinámica de cambio sostenida. Sin embargo, en muchas ocasiones, nuestros deseos de año nuevo podrían constituir una mera tentativa de enmienda a un estilo de vida en el que permanecemos anclados a pesar de que no nos satisface. Proponernos dejar de fumar, perder peso, hacer ejercicio, poner en práctica alguna disciplina apetecida, librarse de la adicción tecnológica o compartir más tiempo con los seres queridos -por citar algunos de los ejemplos más comunes- son anhelos que, en la mayoría de los casos, apenas conseguimos consolidar, porque son fuegos de artificio de escaso recorrido que destapan, con su mero pronunciamiento, un fallo en nuestro modo de vivir. Y es que, con independencia del propósito elegido, resulta esclarecedor que todos incidan en la atención y cuidado hacia uno mismo. Acudimos a nuestro propio rescate tras habernos abandonado.