A favor de cambios trascendentales

A favor de cambios trascendentales

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Desde los inicios de la República, no hemos tenido los dominicanos grandes cambios. Todo se ha resumido al predominio de kaleidoscópicas formaciones geométricas de fuerzas que nada tenían que ver con las fuerzas morales y que, todavía hoy, entrado el siglo XXI, persisten en defender sus ambiciones desorbitadas a ultranza. Pero, no señala el Eclesiastés, hay un tiempo para todo. Yo creo que estamos ingresando al tiempo de un cambio positivo, beneficioso para la Patria.

Las torceduras han llegado a tal extremo que cuando uno menciona, pronuncia o escribe la palabra Patria, tiene el temor de que lo califiquen de hipócrita, de mentiroso, porque tan noble palabra ha sido, largamente, comodín de malvados ambiciosos, por supuesto, no sólo aquí, ya que no somos inventores ni exclusivos practicantes de males humanos. Ya he escrito antes que, a mi ver, al Presidente Fernández le ha tocado en este segundo mandato el instante histórico en el cual es posible realizar cambios de una magnitud nueva y trascendental.

Ha de reconocerse, aún con la violencia, la injusticia, las distintas formas de la ambición que tuvieron –sin comparación uno con el otro- Rafael Trujillo y Joaquín Balaguer, que ambos fueron grandes modificadores–magnificadores del país, pero las circunstancias no estaban a favor de radicales cambios de rumbo en la educación cívica y en la instauración de un concepto de lo que es la civilización, sobre cuya base y necesidades surgen luego las grandes edificaciones, no a la inversa. Las gloriosas ruinas que vemos en el acrópolis de Atenas, la imponente estructura de los edificios del Parlamento inglés o el señorío del Capitolio de Washington –a pesar de los torpes presidentes que han pasado por allí– son consecuencia de realidades culturales que antecedieron a su construcción.

Ciertamente, aquí nos hacían y nos hacen falta dignos edificios públicos; nos hacen falta hospitales, cárceles con una mínima consideración humana, mil cosas más, pero primero nos hace falta orden, disciplina, racionalización, cuidado en las prioridades que Fernández demuestra tener claras cuando se vuelca sobre la educación a todos los niveles, desde primaria hasta lo que mueve la Secretaría de Educación y la de Educación Superior, Ciencias y Tecnología o la Fundación Global.

A estas alturas, le temo a gigantescas obras como el Metro de Santo Domingo. No es que no lo necesitemos. No es que debamos permanecer atados a ese malhadado sistema de «carros de concho» (que mi padre, hace muchísimos años sugirió a Amadeo Barletta para una ruta de los Chevrolet, sin imaginar, ni uno ni otro, el desastre en que tal idea iba a desembocar alrededor de un siglo después), así las «voladoras» -paradigmas del desorden– con un «pitcher» colgando del vehículo, llamando clientes y disponiendo detenciones y frenazos a media vía porque «son padres de familia» y las autoridades les aceptan todo aquello que para otros padres de familia que conducen su pequeño auto significa un trago amargo, usualmente injusto.

¿Metro?
¿Por qué no un monorriel, que cuesta mucho menos? ¿Por qué no otra solución que, ya se sabe, también va a traer furiosas protestas de los choferes de «concho»?

El problema de las grandes modificaciones, transformaciones y adelantos radica en que deben estar precedidas por un proceso educativo que, lamentablemente, no es rápido, mejor dicho, no tan rápido como uno desearía.

Hace pocos días leí una noticia sorprendente: Una organización internacional, mundial, señalaba que para poder cobrar un servicio había que ofrecerlo. Así, la electricidad la deben pagar quienes la reciben; lo mismo el servicio de agua, de recogida de basura, etc.

¿Sucede así?
No. Nos cobran y cortan la electricidad a su antojo, y nos acumulan montañas de basura a quienes pagamos religiosamente. Así con los impuestos. Los pagamos los pequeños y los débiles, para que muchos comerciantes se roben lo del ITBIS u otro impuesto, y además venga a resultar que los recursos que por tales vías llegan al Gobierno no se emplean para los fines para los cuales fueron creados. Supuestamente.

Es cuestión de ordenamiento por la educación y por la rígida aplicación de las disposiciones legales, sin privilegios irritantes.

Insisto
Este es el momento de poder efectuar cambios salutíferos y trascendentales.

Hay buenas señales.

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