a Giorgio Sfara, Excelentísimo Embajador de Italia

a Giorgio Sfara, Excelentísimo Embajador de Italia

DIOGENES VALDEZ
Conozco varios Giorgio que son universales, y por quienes siento una especial simpatía. Pero al igual que los mosqueteros de Dumas, esos tres, de repente, se han convertido en cuatro, con la inclusión de la persona a quien dedico este artículo. El primero de ellos acude desde mi lejana adolescencia: es Giorgio Germont, el padre de Alfredo Germont. Los nombres a veces no bastan para identificar a los personajes, porque son las acciones las que hacen que las personas sean diferentes, y naturalmente, hay que conocer la vida (o la historia) de Giorgio Germont, para que pueda ser identificable.

Mis tres Giorgio

A estas alturas muchos sabrán que me estoy refiriendo a un personaje de Giuseppe Verdi, específicamente al padre del amante de Violeta Valéry, la trágica heroína de la ópera “La Traviata”.

El primer contacto con este “Giorgio Germont” ocurrió en aquellas esplendorosas semanas aniversarias de “La Voz Dominicana”, cuando en audaces intentos se llevó a los escenarios la “Caballería Rusticana”, de Ruggero Leoncavallo y, posteriormente, la “Traviata”, teniendo en ambos casos los papeles estelares, Violeta Stephen, Napoleón Dhimes, Guarionex Aquino y Tony Curiel, Gerónimo Pellerano, según lo que recuerda mi memoria.

Tony Curiel es el primer Giorgio Germont que recuerdo y a muchos años de distancia, con toda la impericia que conservo en el llamado “bel canto” puedo decir que su interpretación me pareció digna. Muchos años después, obligado por el argumento de mi última novela (El cisne enfermo), tuve que recurrir a la magia del vídeo, para volver a ver “La Traviata”, esta vez con Teresa Stratas, Plácido Domingo y Sherill Milnes en el papel de Giorgio Germont, y aún resuenan en mis oídos los arpegios de su voz vigorosa cuando entonaba la romanza Di Provenza il mar il sol.

Volvería a pasar una buena cuota de años cuando volvió a caer en mis manos otro vídeo de “La Traviata”, interpretado esta vez por Tizianna Fabrizzini y Roberto Alagna, y aun sigo pensando que de todos los personajes, el más vigoroso sigue siendo Giorgio Germont. La más reciente versión de este personaje lo representa Ivo Nucci, quien rivaliza en histrionismo con la rumana Angela Georghiu. Este primer Giorgio conocido, se ha presentado delante de mí con diferentes rostros y variados registros vocales.

El segundo “Giorgio” que acude a mi encuentro es la figura sin rostro de Giorgio Joyce. Por el apellido podemos imaginarnos que se trata de alguien emparentado con el gran escritor irlandés. Se trata del hijo único de James Joyce y a él, el notable irlandés le dedica, en un pequeño libro que titula con el nombre de su vástago, un largo poema. Los recuerdos que tengo del mismo, son muy vagos, sólo sé que sus versos causaron en mí una gran impresión, tal vez por el fervor casi religioso que desde temprana edad siento por el autor de Dublineses, Retrato de un artista adolescente y Ulises. Si Giorgio Germont es un personaje, Giorgio Joyce es para mí, persona y personaje al mismo tiempo.

El penúltimo (y tercero) de mis “Giorgio”, es Giorgio Zancanaro, que a diferencia de los anteriores, es una persona a quien se le ha conferido la virtud de entregarnos -a través de su instrumento vocal-, una gran variedad de personajes, ya que su profesión es la de barítono operático.

A Giorgio Zancanaro lo escuché cantar, fue por casualidad. A raíz de presentarse en el país la ópera “Madam Butterfly” quise estar seguro de que la obra de Puccini iba a agradarme. Debo de confesar que en cuestión de óperas mi cultura es bastante precaria, pero ya el germen de la novela El cisne enfermo, que tiene como personaje principal a un cantante loco, se había apoderado por completo de toda mi anatomía.

Con presteza alquilé una de las tantas versiones operáticas que se podían encontrar en los diferentes “vídeos-clubs” de Santo Domingo. Tuve la suerte de elegir la interpretada por la japonesa Yasuko Hayashi, Peter Dvorsky y Giorgio Zancanaro.

Los tres cantantes me impresionaron vivamente, pero de una manera muy especial la japonesa y el barítono italiano. Este último en su interpretación de Sharples, el irresponsable cónsul norteamericano en Nagasaki, estuvo sencillamente, impresionante.

Toda la admiración hacia este genial artista, cuyo instrumento vocal es excepcional, se ha confirmado cuando me he deleitado con un interpretación de Guido de Monforte, en “Las vísperas sicilianas”. A pesar de mi ignorancia en materia operística, no pienso desperdiciar la oportunidad de disfrutar del encanto de una voz bien timbrada y de unas facultades histriónicas excepcionales como la Giorgio Zancanaro, quien parece destinado a encarnar en el escenario, papeles de grandes funcionarios.

Al excelentísimo Embajador de Italia, Giorgio Sfara, el cuarto de los mosqueteros de ese nombre, le presento mis excusas, al no poder biografiar en extenso su persona, y sólo decirle, que por su trato exquisito, él ocupa un lugar de preeminencia en mis afectos.

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