Como todo humano, heredamos grandes debilidades en cuanto hacer bien o hacer mal. De fondo está una sociedad conflictiva, una convulsa vida colectiva; una historia, una raza y cultura que nos anteceden en espacio y tiempo. Atavismos que dimanan de cómo se formó nuestro pueblo; de acontecimientos que desde nuestro origen y en el trayecto nos alcanzan hoy. La dominación española, la mezcla, la esclavitud, las rebeliones, guerras y guerrillas. Las matanzas, los abusos, la violencia. Y la eterna corrupción.
Las ambiciones de los imperios; igualmente, sus miedos a ser aplastados por sus rivales. Grecia y Roma, España y Portugal, Francia e Inglaterra. Luego los estadounidenses y los rusos… y los chinos.
La civilización europea primero; los “americanos” después; manteniendo las cosas en su lugar… a como dé lugar. Nosotros emulando, imitando, soñando ser como ellos. Importamos costumbres y usos que nuestro sistema de clases y nuestra economía no pueden sustentar. Dependemos de ellos, los necesitamos casi desesperadamente. Tampoco ellos tienen soluciones fáciles para nosotros… ni para ellos mismos. Sus rivalidades con otras potencias exigen de lealtades que comprometen a los países pequeños.
Amamos su civilización, sus buenas disciplinas, pero manteniendo nuestro espontaneísmo y creatividad tropicales. Importamos sus artefactos, bienes de uso y consumo. Copiamos sus leyes y sistemas institucionales, que no se corresponden con nuestros desequilibrios y desigualdades sociales y económicas. Ni mucho menos con nuestra personalidad libérrima, merenguera y cumbanchera, remedos de bohemios y gitanos.
Somos incapaces de organizar una calle, una circulación razonable, ni espacio público alguno. Chatarras compiten con motociclistas; carretilleros en vía contraria, que ni siquiera hablan el idioma. El agente mira para otro lado. Tiene su propia agenda de supervivencia.
El Gobierno cumple con su principal deber: reelegirse; permanecer para siempre. Bajarse es demasiado riesgoso…y vergonzoso. Dan por un hecho que intereses extranjeros y locales los perseguirán cuando ya no tengan qué negociar, ni cómo defenderse. Luego los exhibirían en las ferias de la justicia mundial, como ejemplo de que el sistema funciona y merece respeto.
La justicia social es un mito popular de nuestra cultura. Necesario como referencia, muy distante de la realidad. La Justicia, la de los magistrados, es desastrosa, miles de casos que no encontrarán solución, en un país de desconfiados controlado por tramposos.
La norma ideal solamente es guía; lo real es el desorden que la utiliza como referencia y vara de medir cuando es conveniente y factible. El resto del tiempo es quimera; a menudo funciona para los pobres y raramente para los poderosos.
Tenemos grandes decisiones que tomar: En nuestra política internacional; en la estructura de la producción, la fuerza laboral y el empleo; Cambiar en lo personal, la participación social y la vida familiar y espiritual.
Hay que regresar al ideal de nuestros fundadores: dominicanos libres de toda forma de dominación extranjera; sea económica, política o cultural. “Dios, Patria, Libertad” es mucho más que un verso. Es una consigna de libertad material y espiritual.
Viva los febreristas. Viva la juventud que ama a su patria. Viva la República Dominicana.