A la escuela con cazuela

A la escuela con cazuela

 COSETTE ALVAREZ
Mientras esperaba el servicio que me llevó de pasadía a un taller, me preguntaba una y otra vez por qué el año escolar dominicano debe comenzar con un acto oficial, pomposo incluso, como si fuera algo especial, un logro sobrenatural, lo nunca visto ni esperado, y no fuera parte de la rutina, de la cotidianidad de los escolares y docentes. Pero la respuesta es ésa misma, ya que nuestros gobernantes no ven, nunca han visto, que ese derecho civil, la educación, no está garantizado para la población.

La educación pública no es confiable, no es suficiente.

Solamente un Gobierno como éste realiza el boato de un acto solemne para dar inicio a un año lectivo en las condiciones agonizantes en que se encuentra eso que llaman sistema educativo, a la vista de todos los que no pudieron mandar a sus proles a la escuela, ni siquiera a la pública, porque no alcanzan a comprarles útiles ni uniformes; a la vista de todos los que fueron a recibir clases y no pudieron, por falta de pupitres, por el peligro de las paredes cayéndose, por el vaho de los baños o de cañadas cercanas, por los apagones con los que pretenden hacer funcionar las computadoras y demás carestías e irreverencias a los ciudadanos.

Y, por el otro lado, la educación privada, que lleva a los padres y tutores al paroxismo, más el gremio de los colegios protestando por las diez becas que la ley los obliga a tributar a cambio de su autonomía, o como se llame el hecho de estar, en determinados aspectos que por supuesto incluyen las tarifas, sueldos y otras regulaciones, fuera de la órbita de las autoridades. Para concitar el favor de la opinión, alegan que las becas son aprovechadas por los funcionarios del Gobierno, particularmente de la misma Secretaría de Educación, lo que sin dudas es un abuso más, pero lo cierto es que nunca han tratado a los beneficiarios de esas becas ni remotamente igual a los que pagan las cuotas. Es una vergüenza por donde quiera que se mire.

No terminan ahí las humillaciones de los escolares. Precisamente en el taller donde me cruzaban todas esas realidades por la cabeza, como no soy sorda y no tenía para donde coger, escuché no una, sino varias llamadas de un hombre recogiendo telefónicamente las listas de libros y prendas de vestir que necesitaban sus hijos e hijas, evidentemente de diferentes mujeres. Me atrevo a decir que también tiene bebés, porque en una de las tantas llamadas, mencionó pañales desechables y leche en polvo de una marca que a los pediatras les encanta recomendar.

Tengo la impresión de que el señor estaba alardeando de su responsabilidad ante los presentes, excepto que entre ellos estaba yo, y la verdad es que me impresionó mucho, pero no de la forma en la que él aspiraba. Tratando de reírme, me imaginaba cómo repartiría su día, primero en las compras, y luego distribuyendo las mercancías, a menos que vivan todos en el mismo edificio.

Mientras él se sentía como un potentado, digamos que un “Santicló” de verano, yo empezaba a hervir de rabia: estaba frente a un hombre que no les suelta un centavo a las madres de sus hijos y, no me explico cómo las ha domesticado de forma que ni una sola lo mandó a freír tusas, sino que, mansitas, le dictaron sus respectivas listas. Y así, la sociedad le reconoce que se ocupa de que no les falte nada, aunque sea con las clases ya comenzadas y el consiguiente stress de esas madres y sus hijos e hijas. No, señor, a sus hijos les falta todo, principalmente un ejemplo adecuado a seguir, un modelo decente a imitar.

Procuré no verle la cara, sobre todo que él no viera la mía con la expresión que seguramente tenía, pues, créanme, me faltó poco para decir cuatro verdades a ese hombre que, sin saber quien es, ya me lo estaba imaginando dando cátedras de sensatez a las madres de sus hijos, entre otras, para que comprendan que él tiene más hijos, para que acepten que ellas son incapaces de administrar centavos, mucho menos van a saber comprar un par de tenis, cuadernos, lápices, ni nada. Cuando las sedujo y hasta que las embarazó, no sabemos si por turno o a todas en la misma temporada, él actuaba como si ellas supieran de todo, mucho y bien. Pero ya no dan ni para niñeras de sus propios hijos.

A los ojos de esos infantes, sus madres son unas incompetentes y él es la maravilla de Dindo, que con sólo llamarlo, aparece con todo, y si no llega, o llega con el pedido incompleto, también hay que comprenderlo, porque es un hombre importante y como tal se le presentan cosas en el camino. Si lo dejan, hasta de eso les echa la culpa a las madres: que “me encargaste algo que no aparecía en la capital entera”, por ejemplo. Si quieren conocer mi opinión, creo que no les llevará nada a ninguno, pues no tomó nota. Talvez tiene muy buena memoria o estaba provisto de una grabadora.

No hay diferencia entre la satisfacción que evidentemente le estaban produciendo sus llamadas a recoger las listas a las tantas madres de sus tantos hijos y la ceremoniosa apertura del año escolar, uno más, que si no es igual a los anteriores, es peor. Tanto el hombre de la historia como nuestros gobernantes hacen alardes, pero no es de lo que en realidad hacen, sino de lo que creen su capacidad de engaño. Y tanto las madres de los hijos de ese señor como todos nosotros los gobernados, aparentemente resignados, dizque en credulidad full para no alarmarlos, hasta que llegue el día en que encontremos la fórmula de salir de ellos forever and ever.

El semental de mi historia es el tipo de hombres que debe encabezar la cada vez más extensa lista de fusilables. Este es exactamente el tipo de hombres que representa en sí mismo y también genera estudiantes como el puertoplateño de la UASD que, agradeciendo la infraestructura al presidente, no encontró nada mejor que decir que a Leonel Fernández habrá que cambiarle el nombre y llamarlo “Papá Leonel”. Esa es la imagen de padre que tienen nuestros jóvenes.

¿Saben cómo se ponen tan largas las listas de becarios para estudios en el extranjero? Repartiendo una sola beca entre ocho.

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