ROSARIO ESPINAL
Empieza un nuevo año escolar, se advierte el ocaso del verano, niños y jóvenes acuden a las escuelas, institutos y universidades. La gran mayoría recordará por siempre las sensaciones de los primeros días llenos de alegría y expectativas, de reencuentros con profesores y amigos, de incertidumbres por las novedades y temores por los desafíos.
Cada inicio escolar es un volver a empezar con estreno de uniformes, útiles recién comprados, bríos y esperanzas renovadas. Unos recibirán incentivos y apoyo educativo para aprender y triunfar, otros se graduarán con fuertes vacíos, y otros desertarán en el camino.
La Secretaría de Educación informa que este año se integran a las aulas alrededor de dos millones y medio de estudiantes. Cerca del 80% asistirá a instituciones del sector público, lo que muestra que el Estado sigue siendo el principal proveedor de educación en el país, a pesar del aumento en el número de escuelas privadas en las últimas décadas.
Por mucho tiempo se ha debatido la situación de la educación dominicana, sobre todo, las dificultades del sector público para absorber el creciente número de estudiantes en planteles adecuados, la formación deficiente de muchos maestros, la baja calidad de la enseñanza y la deserción escolar.
En 1992 se inició el Plan Decenal de Educación con promesas de resolver estos problemas. Luego se lanzó el Plan Estratégico de Desarrollo de la Educación Dominicana, 2003- 2012, y a principios de 2005, el Foro por la Excelencia de la Educación Dominicana. A pesar de estas iniciativas la inversión educativa continúa siendo deficitaria, el sistema de enseñanza no se ha transformado significativamente, y los índices de rendimiento escolar permanecen en niveles inadecuados.
Unido a las deficiencias en las aulas, es preocupante el alto nivel de deserción escolar, indicador clave de las dificultades del sistema. Los datos del Informe Nacional de Desarrollo Humano 2005 revelan que sólo el 50% de los estudiantes que ingresa al primer curso llega al cuarto de primaria, sólo el 22% completa el ciclo básico, y sólo un 10% termina la secundaria. Por eso el promedio nacional de escolaridad no alcanza el quinto curso. Más aún, de cada 100 estudiantes que termina el bachillerato, sólo 13 ingresan a la universidad, y de esos, pocos completan los estudios superiores. La deserción es mayor entre los varones.
En general, los estudiantes abandonan las aulas por dos razones fundamentales: la necesidad de integrarse al mercado laboral a temprana edad, o el fracaso de la escuela para hacer el aprendizaje atractivo y relevante.
Las escuelas tienen su cuota de responsabilidad en la explicación de los altos índices de deserción. Pero en la sociedad dominicana existe también un mercado laboral adverso a la educación. Los bajos salarios mantienen en la pobreza a muchos padres que no pueden cumplir adecuadamente con sus funciones de proveedores. Esto empuja muchos estudiantes al trabajo remunerado o a la vida callejera.
Además, los bajos salarios tienen un impacto negativo en los estudiantes pobres que no identifican la educación como un vehículo de movilidad social. Optan por abandonarla para buscar alternativas rápidas de sustento económico.
Aquí radica uno de los problemas fundamentales de la educación y la sociedad dominicana. Se crea un círculo vicioso de abandono temprano de las aulas para satisfacer necesidades económicas inmediatas con trabajos de bajos salarios. Pero la escasa escolaridad de los desertores les impedirá por el resto de su vida obtener mejores empleos.
Junto a este mercado laboral adverso prevalece un Estado históricamente irresponsable ante la educación. La combinación de baja inversión pública, bajos salarios del personal docente, sobre carga de trabajo (doble y triple jornadas) de los maestros para obtener salarios que se asemejen a los de clase media, y el alto número de estudiantes por maestro en las aulas, crean un sistema educativo incapaz de dar respuesta a las necesidades de aprendizaje dinámico. En estas condiciones se dificulta innovar para dar respuesta a los cambios educativos que demanda la sociedad actual.
Para retener estudiantes en las escuelas y que aprendan bien hay que crear simultáneamente mejores condiciones socioeconómicas y educativas. Se necesita una conjunción de políticas de empleo e inversión educativa. De lo contrario, la educación dominicana seguirá siendo útil y exquisita para las clases altas y un tránsito fugaz para los otros sectores sociales.
Como la educación es el mecanismo más importante de movilidad social (no la lotería, ni el deporte, ni la droga), un sistema educativo incapaz de retener estudiantes o de instruir adecuadamente, se convierte en la principal maquinaria productora de desigualdad y exclusión social.
Es tiempo de que el Gobierno, el empresariado y las familias inviertan más y mejor en la educación para que, quizás algún día, la sociedad dominicana sea más próspera, más justa y más democrática. A la escuela, que ya es hora de empezar esta labor.