A la clásica rebeldía que afecta a la educación dominicana, siempre se pretende, y se logra, dirigir gremialmente a los maestros esgrimiendo banderías políticas, con discursos políticos, con estrategias y tácticas políticas, con pretensión a todo dar de vencer rivales en el contexto partidario: quítate tú para poner yo. Las conceptualizaciones orientadas a superar los males del sistema educativo no suben de un segundo plano en los enfrentamientos y sus historiales de lucha impenitente, con desbordes de subjetividades atadas a metas desvinculadas de la enseñanza, no las hace creíbles. El sindicalismo de esta índole es forzoso y ata poderosamente a los profesores a una afiliación única, sin alternativas, que descuenta de sus sueldos decenas de millones de pesos mensuales que dócilmente el Estado entrega a las dirigencias adepeístas por más enemistado que esté con ellas como si existiera una oligarquía gremial que se hace respetar y que no pocas veces desafía a la legítima autoridad del sector; confrontación que aparece en el 65% de los motivos que hacen cesar la docencia y devaluarla sistemáticamente.
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Es imposible separar el luchismo sindical de las causas importantes de la mala calidad de la enseñanza pública ni del bajo impacto del 4% sobre la función educativa. Para lo que más ha servido es para levantar escuelas ( insuficientes todavía por erráticas decisiones) y para subir salarios a los maestros y capacitarlos. Conquistas justificables que no deben ser a costa del éxito educativo.