A la memoria del Dr. Abel González

A la memoria del Dr. Abel González

“EI hombre débil teme a la muerte; el desgraciado la llama; el valentón la provoca, y el hombre sensato, la espera”. Franklin.

Al Dr. Abel González lo traté a través de la amistad que junto con mi esposa Sonia sostenemos desde hace muchos años con su hija María Filomena y su esposo Rubén Silié Valdez.

No puedo decir que era un amigo asiduo, pero las tres o cuatro ocasiones en las que en el apartamento de María Filomena y Rubén interactué con él, fueron suficientes para aquilatar que estaba ante un ser humano dotado de atributos excepcionales. Humildad y sencillez se conjugaban en él.

A esos atributos hay que agregar además su talento y sólida formación como profesional de la medicina. La lectura, una de sus distracciones preferidas, lo hizo acreedor de una formación humanística no casual.

Hombre de personalidad fuerte, pero sosegada, su discurso tenía la propiedad del conocimiento que lo avalaba.

Sus panegiristas, médico también, en el camposanto dijo de él que apenas dos semanas antes de su muerte, al cuestionarlo sobre su estado de salud, con la mayor naturalidad le dio una respuesta propia de un sabio: “de la salud queda poca, porque casi todas las células están muertas”. Al despedirlo, uno de sus nietos dijo que con su muerte la familia, el país y la humanidad habían perdido un gran hombre. No exageró. Abelito,  como familiarmente le llamaban sus allegados, se ausentó físicamente de este mundo, dejando como legado a la sociedad dominicana un ejemplo difícil, lograr: triunfar venciendo la veleidad, ejerciendo su vocación de servir y su hombría de bien, no a cambio de ser importante, que es lo común, sino en silencio, sólo en la medida en que eran útiles.

Por su obra aquí. En el más allá lo acompañe por siempre la Paz de Dios.

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