A la orilla del mar

A la orilla del mar

En el bar de playa del Fuerte Café San Gil, ofreceré un brindis en honor a la doctora Carol Hoffman, socióloga norteamericana, quien escribió el libro «Identidades de los inmigrantes de clase media: los dominico americanos en el sur de la Florida», que cuenta la historia de los dominicanos de clase media a quienes es difícil referirse en términos de comunidad, debido a que se encuentran dispersos y son relativamente invisibles porque trabajan en esferas étnicamente diversas, aculturadas.

La autora, motivada inicialmente por su matrimonio con el ciudadano dominicano doctor Roberto Guzmán, por cierto, inmigrante en la Florida, y motivada también por sus más de diez años de investigación, señala que la mayoría de los dominicanos en la Florida no participan en las actividades ni organizaciones de sus compatriotas, ni en la política dominicana, sin embargo, constituyen en quinto grupo más grande de inmigrantes hispanos y contribuyen de manera significativa con una amplia variedad de sectores económicos, por lo que ella se preguntó: «)cuál es la identidad de estos dominicanos de clase media?»

El libro de la doctora Hoffman se divide en ocho capítulos, de los cuales el primero es la introducción, el segundo es un repaso de la literatura académica, el tercero es una visión histórica y sociológica de la inmigración dominicana en los Estados Unidos, con una considerable información estadística y demográfica mostrando que los dominicanos en el sur de la Florida son mejor educados, mejores profesionales, de mayores ingresos que en el resto de los Estados Unidos, proviniendo la mayoría de la clase media y/o clase media alta.

Los capítulos cuarto y quinto comparan los dos motivos principales de la migración dominicana, política versus economía, e investiga cómo esto afecta la identidad, la dominicanidad, a pesar de que muchos insisten en que su emigración fue electiva y mantienen el deseo de regresar.

El sexto capítulo examina los recursos sociales, culturales y económicos que los dominicanos utilizan para entrar a los Estados Unidos, mientras el séptimo capítulo trata el concepto de «hogar» (el lugar propio, la patria) entre los dominicanos en el sur de la Florida. El capítulo octavo, la conclusión, habla de la fluidez y la diversidad de identidades entre estos dominicanos de clase media.

El libro fue escrito en inglés y muy probablemente mi empresa de servicios lingüísticos Cosette Alvarez & Asociados, S.A. obtendrá los derechos de la autora para su traducción al español, si encontramos el apoyo de algún empresario dominicano con intereses en «Mayami».

La doctora Hoffman tiene dos doctorados, uno en sociología y otro en ministerio (del Centro de Estudios Teológicos de la Florida), y tiene también una maestría en Teología de la Universidad de Barry. Fue ordenada ministra metodista, es antropóloga graduada en la Universidad de Cornell, ha sido profesora en Miami Dade Collage y Barry University y actualmente es directora ejecutiva de Arts at Saint Johns. Además del libro y varios artículos, escribió dos capítulos para un libro sobre el mismo tema que se publicará próximamente y está escribiendo otro libro.

Han sido invitados al encuentro Antinoe Fiallo, Carmen Imbert, Carmen Cot, María Altagracia Carrón, Bernardo Paulino, Nolberto Soto, Susana Morillo, Julie Suncar, Virtudes Alvarez, Socorro Castellanos, Tony Casals, Leonardo Sánchez, Altagracia Salazar, Koldo, Isaolym Mieses, Rafael Núñez Grassals, Luis Tomás Báez, Ana Mitila Lora, Lissette Santana, Daniel Vásquez, Daniel Ureña, Isabel Carrasco, Augusto Paulino, Miguelina García, Martha Arredondo, Cristian Ventura, entre otros. Los asistentes disfrutarán de bebidas y picaderas, así como de hermosas canciones. Esperamos que resulte un bello atardecer a la orilla del mar.

Ahora, quisiera aprovechar el espacio que me queda para hacer público mi desencanto por las escribideras de artículos. Sin haber encontrado respuesta a la pregunta «)para qué escribimos?», tengo que pasar, aterrorizada, a la siguiente: «)para quiénes escribimos?»

No sé cuántas veces tendré que repetir que a ustedes, lectores ahora menos queridos, les asiste todo el derecho a disentir con los opinadores públicos, pero no a insultarnos, mucho menos en lo personal. Tampoco entiendo por qué el periódico publica esos comentarios en la edición electrónica, cuando advierte a los usuarios (y asegura a los colaboradores) que no se incluirán los insultos y sobre todo, que no hay dudas de que alguien los selecciona, puesto que yo misma he escrito comentarios a artículos ajenos que no han sido publicados. Hasta hemos comentado entre articulistas nuestras legítimas sospechas de que algunos de esos comentarios salen de las mismas entrañas del periódico, dados el tenor y el contenido de los mismos.

Independientemente del efecto natural que pueda hacerme que me digan estúpida, o que se insinúe que soy, si no esclava, animal, al remitirme a mi «amo», el verdadero estupor me lo producen las múltiples y graves faltas de ortografía de quienes, sin saber escribir ellos mismos y en muchos casos no entender bien lo que leen (analfabetos funcionales) se atreven a insultarnos, cometiendo todavía otra irresponsabilidad: el uso de seudónimos.

Así, uno insiste en que estoy «herrada» (cual pezuña de caballo) o escribe «parece» donde iba «párese»; otro asegura que me encuentro en Guatemala, lo que no es nada comparado a su afirmación de que el gobierno del PLD fue exitoso; otra, que no es un subway, sino un metro ()?) lo que construirá Leonel con el dinero brasileño que terminaremos pagando nosotros, pero que tampoco sabemos si el moderno medio de transporte funcionará con la misma energía eléctrica que prometió cuando llenó las escuelas de computadoras; en fin, que estamos a mano: tan decepcionados los lectores de algunos articulistas como algunos de nosotros por el nivel de mente y corazón de los lectores.

De manera que por enésima vez reitero mi mejor disposición a cederles mi espacio, que mucha falta hace un cambio radical en las páginas de opinión. Con lo que no transijo es ni con mi derecho a expresarme, ni con mi derecho a exigir respeto, si no de los lectores, de los editores mismos y, sobre todas las cosas, mi derecho inalienable al trabajo productivo, incluso a uno mucho mejor que este carguito en dólares que tanto molesta a algunos, a pesar de que saben de los atrasos y otras variadas humillaciones.

Y, recuerden las palabras del embajador de Israel: la convivencia es el único remedio contra la violencia.

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