A la sombra de mi abuelo
Al parecer, prejuicio estético  condena novela

<STRONG>  A la sombra de mi abuelo<BR></STRONG>Al parecer, prejuicio estético  condena novela

Señor Diógenes Céspedes:
Desde Aristóteles existen los géneros literarios. Son pues históricos y, a la vez, cuerpos vivos que nacen, crecen y mueren. De ahí que hay géneros desaparecidos y géneros nacidos en siglos y épocas determinados. En su poética, el filósofo griego hace una clasificación de los géneros literarios, y elabora una teoría de los mismos, que predominó hasta Barthes, quién ya no habla de género sino de textos literarios.

Hago esta elucubración para responderle, mi apreciado amigo, doctor Diógenes Céspedes, por un artículo suyo publicado el pasado sábado 27 de junio, en su fija página de Areíto (Pág. 5) del periódico Hoy, donde me alude por ser el responsable de la coordinación y organización de los Premios Anuales de Literatura, como Director de Gestión Literaria, labor que he realizado con absoluta transparencia, imparcialidad, profesionalidad y libertad, cosa que me llena de satisfacción por el deber cumplido, pero que genera tantas ingratitudes, mezquindades e injusticias, debido a la pérdida de fe en los individuos y en las instituciones.    

Para su conocimiento y fines de lugar, leí la novela, pero imagínese si yo tuviera que leer los centenares de libros que participan de este certamen para determinar a qué género pertenecen. Sólo este año fueron 158 las obras inéditas y publicadas que concursaron. Suponiendo que esa fuera mi función, tendrían los jurados que esperar dos o tres meses que yo terminara de leer todas las obras, lo cual me constituiría en jurado de selección, quitándole un trabajo que deben hacer los propios jurados. Usted más que nadie sabe como crítico literario, profesor de análisis e interpretación de la obra literaria, Miembro de Número de la Academia Dominicana de la Lengua y Premio Nacional de Literatura, que en una novela cabe de todo, es decir, la autobiografía, la historia, la memoria, la poesía, el teatro, la narración, el relato, etc. ¿Qué son entonces Paradiso, La búsqueda del tiempo perdido, Rayuela, Ulises o La montaña mágica? Toda novela es, en sentido estricto, autobiográfica, mi apreciado amigo. Camilo José Cela dijo, en una ocasión, que “una novela es un libro sobre cuya portada el autor pone la palabra novela”. Por si usted no lo sabe -y dudo que no lo sepa, porque usted fue jurado de ensayo en mi gestión, y también lo ha sido en otras oportunidades- los géneros a los que convocamos cada año son los siguientes: novela, teatro, poesía, cuento, literatura infanto-juvenil, historia y ensayo.

Como se ve, el “relato novelado” no existe como género literario en las bases del concurso, y si existe sería como un subgénero, y en las bases no hay varias modalidades para novela, como sí sucede en historia y ensayo. Además, ¿qué cosa es un “relato novelado”? ¿Existe en la clasificación de Aristóteles, Benedeto Croce, en algún teórico de los géneros literarios o en Roland Barthes? Repito que leí la novela (y es una novela de carácter autobiográfico), pero mis juicios me los reservo porque no es mi función opinar públicamente de la misma para evitar malentendidos, pues soy sólo administrador del premio, no jurado.

Pero sí sé que muchas personas han hablado por “boca de ganso”, sin haber leído la novela, y por eso cometen el pecado de lesa literatura de opinar sin derecho o movido por prejuicios estéticos, políticos, históricos o, cuando no, por la mezquindad de compartir el mismo oficio, o por lo que Borges llama “la superstición ética del lector” o trazando un “mapa de la mala lectura”, como diría Harold Bloom.

También están, como siempre, los que opinan desde la abyección y la mala conciencia de los perdedores. Aún cuando la propia autora diga que es un “relato novelado”, apreciado Céspedes, todo lector o crítico literario -y en este caso, los jurados-, está en el derecho y la libertad de decidir a qué género corresponde la obra. En muchos casos sí oriento a algunos participantes despistados sobre qué género y modalidad pertenece su obra. Muchas veces ni el mismo autor sabe lo que dijo o escribió. Lo mismo vale para el pintor, el escultor, el músico, etc. T.S. Eliot dice en un verso: “Es imposible decir lo que quiero decir”. La obra de arte es abierta, ya lo dijo Umberto Eco, tan admirado por usted. Sucede, caro amigo, que una obra se presta a múltiples perspectivas de lectura. A la sombra de mi abuelo es una novela que se puede leer como una autobiografía. Hay además memorias que se pueden leer como novela -y viceversa. ¿Qué es Vivir para contarla de García Márquez? Yo no sé usted, pero yo la leí como novela, y me gustó más que muchas de sus novelas. Su lectura me permitió reconciliarme con el Gabo, cuyos últimos libros ya no me conmueven como muchas de sus obras anteriores.              

Cuando recibo las obras no “mido las consecuencias” de su aceptación y posterior premiación por parte de un jurado, cuyo veredicto me pueda perjudicar o acarrear consecuencias imprevisibles, porque para eso existen unas bases que se deben cumplir y un jurado competente, cuya escogencia hacemos a partir de su probidad, trayectoria, reconocimiento y capacidad. Y con relación a la obra A la sombra de mi abuelo de Aída Trujillo, la acepté porque ella y la obra cumplían -y cumplen- con todos los requisitos que las bases establecen claramente. Por eso no actué  con prejuicio ni censura, como hubiera actuado quien no tenga conciencia de la libertad, los derechos individuales y la democracia en que vivimos, así como de la naturaleza de un concurso literario. La acepté primero porque la autora es dominicana, como usted y como yo, y segundo, porque fue publicada en 2008, y tercero porque las bases no prohíben un tema específico, porque “todos los géneros, el tema y la forma artística es libre” (Art.9). No he cometido ningún delito ni he violado las reglas del concurso, por tanto no tengo de qué arrepentirme de las “consecuencias en el futuro”. Tengo mi conciencia limpia. Actué apegado a las normas del certamen. ¿Hasta qué generación los descendientes de Trujillo deben pagar la culpa de los crímenes que cometieron sus ancestros? ¿Cómo podía yo impedir que participara dicho libro? ¿O no vivimos en democracia, que es producto del derrocamiento de Trujillo y del proceso de destrujillización? No podía yo tampoco aceptar la obra y luego secuestrarla y no enviársela a los jurados porque hubiera caído en la ilegalidad -pues todo el que deposita una obra llena un formulario-, ni decirle a los jurados que no la premiaran, ni impedirle a la editorial que la publicó que la sometiera al concurso porque no tenía yo ninguna razón valedera ni suficiente para hacerlo. Además habría caído en la misma intolerancia e irrespeto a la dignidad humana en que degeneró la tiranía de Trujillo, y de la que guardo infaustas e inenarrables historias y anécdotas contadas por mis padres, familiares y amigos, que “los asesinos de la memoria” -como dice Pierre Vidal-Naquet- quieren borrar.  

Además, querido profesor, el autor de una obra no siempre es el personaje narrador que cuenta la historia. Y aún siéndolo, el yo del narrador es un yo de segundo grado. Una cosa es el autor de carne y hueso, cuya vida antecede y continúa a la historia contada, y otra, muy diferente, es el personaje-narrador, cuya vida muere con el fin del relato, es decir, que el yo biográfico no es el yo literario. En ese sentido, me permito citar a Vargas Llosa, quien en su libro El viaje a la ficción, dice, a propósito del mundo de Juan Carlos Onetti: “…porque un autor no es nunca el narrador de una novela, aunque usurpe su nombre y hable desde un yo. Un autor es un ser de carne y hueso, con una existencia que antecede y sigue a la historia en que está confinada una novela, y un narrador es un ser hecho de palabras cuya existencia nace y termina con su narración”.

El personaje que cuenta la historia es una máscara o una prolongación de su yo, aun cuando su nombre sea real o corresponda al autor. ¿Qué cosa es un personaje? ¿Es lo mismo que una persona? ¿Hay temas prohibidos o tabúes en el arte? ¿Le podemos poner límites a la ficción? ¿Debemos crear una estética, como lo hizo el realismo socialista soviético, para la escritura y crear un género literario especial para cada libro?

Me da pena que muchos intelectuales hayan tirado por la borda su conocimiento de teoría de la novela o de narratología y su experiencia de novelistas por un prejuicio estético o una actitud política.

Oí decir, por ejemplo, a un reconocido comunicador de TV, que “una novela tiene que estar apegada a la verdad y a la justicia”. Pienso que hay mucha ignorancia entre los comunicadores sociales y los historiadores que no saben diferenciar novela de historia, como sucedió con La fiesta del chivo de Vargas Llosa, acaso una de sus mejores novelas y una de las de mayor éxito de venta.

En mi discurso de entrega de los premios -que con gusto se lo puedo enviar-, expresé otras ideas que era necesario decir, y que no dije antes porque le correspondía a los jurados opinar, y las ofrezco ahora para romper el silencio en el que me sumergí para dar tiempo a que muchas personas leyeran la novela y a que la rabia, el dolor y la indignación, justificadas o no, cesaran.

Que sea una gran novela y que era lo único premiable, sobre ese particular no puedo opinar porque es un terreno de los jurados de premiación. Espero no haberle dado una lección literaria, pues ese es un ámbito suyo, y sobre el cual usted ha dado amplias lecciones en las aulas, en la prensa y en sus libros. Yo sólo he querido responderle desde mi condición de coordinador de los premios y porque me aludió directamente en su artículo, que me movió a darle esta respuesta.

Con renovados afectos.

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