A Leonel Fernández (1)

A Leonel Fernández (1)

POR MU-KIEN ADRIANA SANG
Recuerdo que te escribí un mensaje similar hace diez años. Habías ganado la contienda interna, obteniendo, con generoso margen, la candidatura presidencial de tu partido. Entusiasmada porque nuestra generación ¡al fin! tenía una expresión real en la responsabilidad de transformar la historia, te escribí esa misiva pública en mi vieja columna del periódico El Siglo.

Te pedía que si ganabas, guiaras tu camino por el sendero de la justicia y el bien común. Te recordaba las viejas lecciones de los filósofos chinos en el arte de gobernar. ¡Cuánto tiempo ha transcurrido! Ya no eres el joven político que se iniciaba en la carrera del poder.

Durante los cuatro años de tu primer cuatrienio fui crítica, muy crítica a veces con algunas decisiones tomadas por el gobierno. A pesar de todo, en la medida de mis posibilidades y convicciones, participé en algunas cosas. No olvido que por haber aceptado formar parte activa del diálogo, recibí duras reprimendas de algunos amigos. ¿Qué buscaba ahí? Me preguntaban constantemente. ¿Qué ganarás con eso? Me recriminaban. Pero después de haber abogado por tanto tiempo que el diálogo debía ser la forma de dirimir los conflictos, no podía marginarme. Como lo expresé en aquella oportunidad, tenía diferencias con la forma, con el gasto que significó y con el momento en que se realizó.

Aunque quizás fui muy severa en juzgar el período cuando se me preguntó, reconozco que hubo aciertos en el primer cuatrienio. En aquella ocasión valoré positivamente el trabajo en materia de relaciones exteriores. Nadie puede negar que de la ausencia total, pasamos a tener presencia activa en todos los foros internacionales. Fue un acierto también la estabilidad macroeconómica, como fue un paso positivo la promulgación de la Ley 2497. Recibí con entusiasmo la promulgación de la nueva Ley General de Educación y el aumento de la cobertura del desayuno escolar. Hubo desaciertos, algunos sorprendentes. El caso más dramático, sin lugar a dudas, fue el del PEME, sobre todo por la forma y la justificación del uso de los fondos. Se intentó establecer un proyecto reeleccionista. Por suerte para todos, tus seguidores no hicieron las atrocidades que posteriormente, en el cuatrienio pasado, cometieron los que querían permanecer a toda costa, invirtiendo el dinero que fuese y usurpando y resquebrajando abiertamente las normas establecidas.

Desgaste del poder, ¡quién sabe! Lo cierto es que en las elecciones congresionales y municipales de 1998, el PRD obtuvo la mayoría de las posiciones en el Congreso y en los Ayuntamientos. La historia se repitió en el 2000, cuando el candidato del PLD, solo pudo ganar la simpatía de menos de un 30% del electorado. ¿Qué pasó? ¿Se hicieron las reflexiones de lugar?

En las democracias, principalmente en la nuestra, el electorado castiga o premia. Los mismos que hacen ganar, son los que también hacen perder. Las elecciones del 2004, hace casi un año, castigaron los desaciertos del gobierno anterior. La inflación, la quiebra de los bancos, la devaluación del peso, el agotamiento de un estilo campechano y sin norte, el tráfico de influencia, la corrupción y finalmente el atropello sistemático a la institucionalidad, provocaron su derrota. Ganaste con arrolladora mayoría. Una gran parte del electorado votó en contra del candidato del gobierno anterior, otra votó por ti, por lo que representabas y proponías.

Escuchamos el discurso de toma de posesión con esmerada atención. Buena pieza de oratoria. Dijiste que tus prioridades serían educación y salud. Anunciaste un gobierno pulcro y decente, aseguraste que se combatiría la corrupción. La gente recibió las promesas con entusiasmo; el mío en cambio, fue moderado. Como escribí en un artículo que publiqué en esos días, las designaciones, algunas inexplicables, fueron para mí el mensaje más directo que el discurso. Hasta aquí una primera parte de mi balance.

msang@pucmm.edu.do

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