Acaba de partir un guerrero imbatible. Partió hacia otras latitudes porque los seres de su dimensión nunca mueren debido a que sus obras y ejemplos perduran más allá del tiempo.
Lo visité en su lecho de enfermo, horas antes de su partida. Le hablaba y abría los ojos en señal de que me oía. Lo acompañé hasta la llegada de su nieto Mario Armando.
Le comentaba y daba saludos de sus amigos Efraín Castillo y Luis Scheker, con quienes manteníamos la costumbre de almorzar y compartir hasta el momento en que su ya precaria salud lo impidió.
En el fondo de su corazón, Mario era tímido. Eso contrasta con el aguerrido comerciante que convirtió un humilde negocio de su padre, en un respetable y popular emporio en base a su tesonero y esforzado trabajo.
Era sencillo y afable, y quienes tuvimos la oportunidad de trabajar con él, más que un patrón, teníamos un amigo, un consejero.
Una constante en su vida fue inculcar humildad a sus hijos. En el comedor de su antigua residencia de la Máximo Gómez, exhibía la ampliación de una foto de la bodega de su padre en el ingenio Quisqueya de San Pedro de Macorís, para que no olvidaran sus orígenes.
Desde pequeños, los involucró en el mundo de los negocios y en vacaciones los llevaba a las tiendas a organizar cajas de zapatos y a realizar otros “trabajos” a cambio de sus mesadas semanales.
Hoy son todos hombres y mujeres forjados en el trabajo y la sencillez que les inculcaron su madre, Elsa Haché, hoy viuda Lama y ese gladiador triunfador de mil batallas que fue Mario Lama Handall. E.P.D.