A más pobreza, más especialistas sobre pobreza

A más pobreza, más especialistas sobre pobreza

HUMBERTO CAMPODÓNICO
A medida que aumenta el número de pobres, aumenta también la cantidad de estudiosos de los pobres. Se puede decir, sin temor a equivocarse, que aquí se cumple rigurosamente la ley de Say: la oferta de pobres crea su propia demanda de especialistas, que además tiene un alto contenido interdisciplinario (economistas, antropólogos, sociólogos, etc.).

El Banco Mundial ha sido el principal impulsor de los estudios sobre pobreza. Su lema principal es: «por un mundo en el que no haya pobres». Ahora las políticas sociales han ampliado su contenido, pues no se limitan a la mejora de la educación y la salud e incluyen a los fondos de compensación social.

Inicialmente éstos tendrían un carácter temporal: se trataba de «compensar» a los pobres de los efectos de las políticas neoliberales que, rápidamente «chorrearían» sus bondades a los pobres. Como eso no sucedió, las «nuevas» políticas sociales se volvieron permanentes. Ahora son fondos de inversión social (Foncodes, Pronamachcs) al lado de los que subsisten las donaciones de alimentos (Pronaa), el vaso de leche y los comedores populares.

También cambió el enfoque metodológico. Se eliminaron los subsidios «universales», cambiándolos por la «focalización», que plantea una identificación milimétrica de dónde están y quiénes son los pobres, para que los recursos les lleguen única y exclusivamente a ellos (algo así como las «bombas inteligentes» en la guerra de Irak, que «sólo» destruyen lo que quiere el que apreta el gatillo).

Las discusiones tienen niveles elevados de exquisitez. Por ejemplo, si en el hogar pobre el vaso de leche no se reparte únicamente a los niños menores de 6 años ó a la madre gestante (los objetivos «focalizados»), sino también a niños mayores ó a los ancianos del hogar, entonces la ayuda «se pierde en el camino». La culpa la tiene la madre que recibe la leche y la entrega a personas «desfocalizadas».

También hay problemas porque la pobreza se mide por el lado del gasto. Así, puede suceder que si un año un gobierno tiene recursos para donar alimentos, los pobres disminuyen. Pero al año siguiente pueden volver a ser pobres si hay menos recursos para los programas de compensación. Una variante es la que se discute estos días: se afirma que puede haber «pobres anuales» que son «no pobres trimestrales» (por ejemplo, un heladero en verano), lo que otros especialistas refutan con singular energía.

En verdad, la discusión central debería girar alrededor de si hay ó no más empleo, que es lo que «incluye a los excluidos» de manera permanente. Poco a poco, los mayores niveles de empleo deberían disminuir los programas de compensación que (siendo necesarios en un país pobre) tienen un componente de caridad (virtud teologal por excelencia) que debiera ser sustituido por el salario, que dignifica a los pobres y los hace ciudadanos.

El problema es, justamente, que el empleo no ha aumentado en los últimos años. Pero de esto casi no se habla, y se carga a los programas de compensación la responsabilidad de disminuir la pobreza, lo que no les corresponde.

Por eso, más allá de la necesaria autonomía del Instituto Nacional de Estadística, así como de la veracidad y oportunidad de las cifras sobre pobreza, pongamos la discusión en su sitio: la mejor política social es una política económica que incida en la creación de empleos productivos no precarios con salarios dignos, acompañada de un mayor y mejor gasto social en educación y salud, única manera de disminuir la pobreza de manera permanente. Salvo mejor parecer. (La Insignia)

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